La doncella sonríe con dulzura mientras postra sus manos cubiertas
de metal sobre la frente del anciano. Murmura palabras en su idioma natal, el
de los ángeles, y luego una luz emana de sus palmas. Es entonces que el viejo
siente que vuelve a nacer: sus pulmones se expanden y su respiración se
normaliza; su cuerpo ya no le duele y las articulaciones pareciera que se
lubricaron. El resfriado ha desaparecido. Podrá seguir trabajando para el
pueblo que tanto le ha dado. El anciano pega un salto y después se postra a
pies de la dama quien se ruboriza un poco y trata de levantarle pero es en
vano. Dos armados guardias entonces hacen acto de presencia y levantan al ya
nada decrépito. Este último se escapa de su agarre y se retira saltando por el
templo. Éste ha sido el último de los fieles que ha venido el día de hoy.
Y los guardias salen corriendo detrás de él porque no está
permitido saltar dentro del templo.
La tenue luz se filtra por las amplias ventanas e iluminan
el interior. Es una construcción bastante amplia: ábside que da al helado exterior,
crucero con un hermoso grabado en el suelo del escudo del más benévolo de los
dioses, docenas de columnas con detalles de plumas en sus capiteles y basas, pendones
que cuelgan del techo y una larga nave central que lleva hacia el pórtico y la gran
puerta principal.
La dama posee un gran halo de metal que flota encima de su
cabeza. Viste con una túnica de azul bastante oscuro que tiene la capucha
levantada. El capuz cae sobre su frente y le cubre gran parte de su rostro: los
fieles sólo alcanzan a admirar su nariz fina y respingada, mejillas redondas, labios
carnosos y un mentón afilado. La tez es tan blanca como la nieve del exterior. Dos
largas fuentes de luz se asoman de cada lado de su cuello hasta el sólido peto
que protege su pecho. Esos haces de luz parecieran ser mechones, cabellos. Dos
hombreras de metal ciñen la túnica al igual que dos codales. Unas escarcelas
delgadas acentúan su celestial figura y a la vez ofrecen algo más de
protección. Por último como protección tiene un par de guantes del mismo metal
celestial; estos solo se notan cuando extiende sus brazos por debajo de las
largas mangas de la túnica. Las alas grises alas están plegadas en su espalda y
aún plegadas se nota que son grandes y que tienen una envergadura de cuatro
metros.
Un suspiro escapa de los labios de la dama y mira de nuevo a
su alrededor. Se está empezando a colar la nieve por las ventanas y la puerta.
Escucha pasos pesados y con sus ojos
escondidos busca el origen: los guardias regresan con cara de malhumorados (seguramente
porque el viejo corrió más rápido que ellos). Ella entonces hace una señal con
la mano de que es hora de cerrar el templo. Ellos asienten y se despiden con
una corta reverencia y una rápida oración. Ella vuelve a sonreír y les da la
espalda para luego saltar por el umbral del ábside.
No suele alejarse mucho del templo porque siempre hay
sorpresas. Habrá quien venga a las tres de la mañana porque no pudo soportar
más el dolor o porque cree que va a enfermar. Aún si se alejara está conectada
a la estructura de una forma divina y puede darse cuenta de cuando alguien la
necesita. No necesita dormir, comer o beber así que siempre está disponible. Su
única necesidad es saciar su curiosidad infinita: mirar a todos lados, escuchar
todos los sonidos, oler todos los aromas, sentir todas las texturas. Le
encantaría poder probar toda clase de sazones pero no le es posible. Por eso da
paseos cortos cerca del templo cada vez que hay oportunidad.
En estos últimos días ha venido gente por resfriados únicamente.
Es una temporada poco productiva en general: el frío incomoda, los cultivos no
pueden crecer y la gente poco sale de sus casas. No hay problema porque esa
misma gente se prepara para el invierno: cultivan para varios meses y hacen
todas sus labores del exterior en poco tiempo.
Después de su salto cae ella dos escalones de altura a la
nieve y eleva su rostro para contemplar
los copos que aterrizan despacio como si se declararan dueños de toda la
ciudad. La nevisca es ligera y se ven toda clase de formas y tamaños cuando
descienden. Un delgado manto blanco ha coloreado la capital en estos días de
invierno. La gente ha respondido con el humo que proviene de sus chimeneas y
hogueras. Visto desde arriba, donde moran los dioses, se ve como una ciudad
apacible y tranquila. No es una ciudad perfecta pero intenta serlo y como
premio se ha ganado un ángel que baja a curarles de sus malestares físicos:
enfermedades, heridas, dolores y lesiones. Todos los días atiende a la gente
que requiere sus bendiciones: ancianos, niños, adultos, embarazadas y
accidentados. Es una labor que practica con gusto y total devoción. Es el
motivo por el cuál la crearon y es la meta que la llevará hasta el final de los
tiempos.
Una presencia le llama la atención y voltea atrás suyo,
donde el jardín blanco se expande hacia las otras construcciones. Esa presencia
pertenece a una figura de menos de un metro de altura y menos de cuarenta kilos
de peso. Tez pálida, complexión delgada, melena de color azul oscuro por si
ningún lado; una camisa de color caqui algo sucia y pantaloncillos azules con
pies descalzos. Ojos de cristal. Dicha figura tiene la mano izquierda por
detrás de su espalda y la derecha apuntando encima de su cabeza.
La doncella contempla al infante y observa con atención el
porqué de sus gestos manuales tan
extraños: un halo hecho de alambres que proviene de la espalda del menor parece
flotar por encima de la cabellera azul y unas alas hechas con ramas oscuras se
sostienen del mismo alambre. La criatura señala su halo con la mano derecha su
halo y con la izquierda sostiene su obra de arte.
El pecho de la dama se llena de ternura y dulzura. Después
abre sus enormes alas para cubrir a la pequeña figura de la nieve que pretende
reclamarle también. Al mismo tiempo se inclina ligeramente hacia adelante con
una bailarina sonrisa y esconde sus manos detrás de su espalda.
Antes le han dado regalos: armas, inciensos, ropajes,
estatuillas, metales preciosos y armaduras. Todo lo tiene guardado en un
espacio privado del templo que se llena cada vez más. Pero no muy a menudo le
regalan una promesa:
-Cuando sea grande, seré un ángel como tú y voy a ayudarte.
Afirma el menor con los labios apretados al tiempo que asiente
la cabeza como si dijese una verdad irrefutable. Está bastante orgulloso de sí
e irradia una confianza increíble.
La doncella sigue contemplando al infante y ladea un poco su
rostro: reacción natural a la ternura. Ríe entre dientes y extiende la mano
derecha para peinar a la criatura que le ha hecho uno de los mejores regalos
que ha recibido en su existencia. El metal fresco no molesta al infante porque
está recibiendo un cariño de un ángel sin bendición, cosa que no pasa todos los
días. No hay palabras para expresar el agradecimiento ante el bello presente:
las palabras se volvieron inútiles.
-¡Y volaremos juntos por el cielo!
Afirma de nuevo el menor y luego se escapa de la mano de la
doncella y corre alrededor de ella, jugando. Hace onomatopeyas de vuelo con su
boca y levanta nieve cuando corre más alrededor de ella. Entonces después
afirma que le ayudará en las batallas y que conocerá a los demás ángeles y que
será todo un honor servir al dios más benevolente. Es una conversación de él solo sobre cómo será la vida en el
paraíso: todos flotan, música de harpas y mucha gente bonita por todos lados. La
imaginación del menor es bastante creativa y mantiene cautiva a la doncella por
un rato más con sus relatos e ideas acerca del mundo y del paraíso.
Ese rato más se convierte en el anochecer.
-Debo irme. Ya es tarde.
Murmura la criatura, algo triste. La doncella se arrodilla frente
a él y él se sorprende. Y aún de rodillas es una figura alta. La nieve ha
dejado de caer y el pequeño ángel se encuentra limpio en su mayoría: ella le
cubrió de la nevada todo este tiempo.
Entonces ella le toma de la cabeza con ambas manos y
deposita un beso dulce sobre la frente ajena. El infante se ruboriza intensamente
y empieza a tartamudear su ya no tan sencilla despedida. La dama mantiene la
sonrisa bailarina y asiente, despidiéndose también. El pequeño ángel le da un beso fugaz en la
mejilla izquierda y después echa a correr aún más sonrojado que antes sin mirar
hacia atrás.
La doncella le contempla irse y perderse detrás de los
edificios blancos. Se reincorpora, se sacude la nieve de su túnica y regresa al
templo con la más radiante de las sonrisas.
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Inspirado en esta imagen.