Todo comienza sin sentido. Terribles y espantosos fantasmas
se apoderan de su capilla en una espantosa noche para tener una maldición. En
estos tiempos modernos, ¿quién cree en espíritus? Muchas cosas tienen
explicaciones lógicas como reflejos en las ventanas, alucinaciones, frecuencias
de infrasonidos y trucos publicitarios. ¿Cómo va a ser posible que entonces le
estén rodeando espíritus furiosos y llenos de rabia? Se encuentra en medio de
la ermita, siendo el ojo del huracán, presa de espectros desenfrenados y sin
sentido. Físicamente no le están haciendo daño pero pareciera que le succionan
su fe y su calor. O eso cree porque es una sensación desconocida, claro. ¡Nunca
antes se había encontrado con fantasmas! Escuchó rumores de poca confianza y
que algún pobre ladrón había sido espantado.
Agonizando, con mano temblorosa y labios heladísimos, se
aferra a su rosario que cuelga del cuello y murmura el comienzo de una oración
que dedica a Él. Y entonces todo cesa. Los fantasmas se congelan en el tiempo y
el sacerdote logra recuperar su aliento despacito, muy despacito. Aterrorizado,
horrorizado, echa a andar hacia la salida sin liberar la cruz que aprieta con
suma fuerza y fe. Se tambalea e incluso tropieza pero la mano derecha no se
afloja. Se escabulle entre las bancas y justo cuando cruza el marco de la
puerta que empujó desenfrenadamente, se atreve a mirar hacia atrás.
Los espíritus le contemplan con tristeza, preocupados por su
descanso eterno. Ya no están suspendidos en la realidad, están acercándose a él
con suavidad, arrepentidos. El cura comprende por intervención divina que no se
les ha concedido el descanso eterno. La carne es débil y él no cesa de temblar
y tiritar los dientes. ¡Es anormal! Esto no debería estar pasando.
Uno de los espectros, el más delgado y pequeño de todos, se
adelanta. Entonces toma forma de una niña con un enorme velo que le cubre la
cabeza y llega hasta la cintura. Es el vivo retrato de una de las pequeñitas
que vino a misa muchísimas veces. La pobre muchachita enfermó y rezó y rezó
pero Él no pudo salvarla. Hay cosas que Él no puede lograr. El rescate de esta
menor fue una de esas cosas.
La capilla entonces comienza a rebotar y rebotar el eco de
la voz del sacerdote. Da el saludo inicial y de inmediato pasa al acto
penitencial, donde pide humildemente el perdón de Él por todas sus faltas y la
de todos sus asistentes. Todos los espíritus, ahora con rostros familiares,
agachan la cabeza. Todos llevan velos y hay ancianos, señoras, niños y jovencitas.
No reconoce todas las caras pero asume que venían a celebrar misa en esta
capilla. A pesar de que es un templo humilde es popular y cuenta con por lo
menos tres sacerdotes más.
Hay bancas largas a la izquierda y a la derecha. El centro
está libre y los muebles delimitan un pasillo que dirige al altar. Por su
reducido espacio no cuenta con confesionario adentro. Los viacrucis están muy
cerca entre sí y es lo único que adornan las despintadas paredes de piedra
además de los ventanales con barrotes. Hay una fuente bautismal de mármol, un
sagrario sencillo y la puerta principal. Lo más importante es el libro abierto
sobre el altar, de donde el cura está tomando toda su inspiración para poder
repartirla al resto de los presentes en la misa. Es una capilla sumamente
pequeña.
La escena es muy bonita: espíritus no chocarreros sentados
entre los bancos, escuchando palabra por palabra la voz del sacerdote. El velo
cubre a todos y cada uno de los espectros tranquilizados y eso los colma de paz
y serenidad. Se hace la gloria. Los espectros hablan con suavidad y susurrando
en un tono completamente unísono, haciendo que el templo parezca más ruidoso de
lo que realmente es.
Sigue la oración colecta, y la liturgia de la palabra: primera
lectura, salmo, segunda lectura, evangelio y homilía. Aquí es cuando se torna
complicado. La homilía suele hablarse para evitar que la gente vuelva a caer en
el pecado, para pedir el diezmo o para solicitar ayuda a la comunidad con algún
tema en particular. Más el cura apuesta a dar una misa normal, como si todos
estuvieran vivitos y coleando para volver a venir la próxima semana. Y eso es
lo correcto porque los fantasmas se sienten respetados y queridos. Sigue el
credo y la oración de los fieles.
Salta a la liturgia de la eucaristía: presentación de
ofrendas, prefacio, epíclesis, consagración, aclamación, intercesión, doxología
y el Padre Nuestro. Cuando toca la comunión, usa la misma hostia para todos. El
pedazo de pan sin levadura no sufre daño alguno y tampoco pareciera que
estuviera recibiendo fluidos astrales o de otro plano.
Al final, los ritos de despedida. Bendición y despedida con
envío. Entonces, una a una de las almas condenadas se desliza de su lugar en la
banca, llega al pasillo y sale caminando por debajo del marco de la puerta. Cada
vez que dan un paso al exterior se elevan unos centímetros y continúan caminando
hacia arriba, como subiendo una escalera hacia el cielo. El sacerdote cuenta
veinte almas que han encontrado la salvación. Brillan en la negrura de la noche
y después de varios minutos se pierden entre las estrellas, las cuales brillan
con mayor intensidad que hace una hora.
Lo único que lamenta es no haber comprobado o desmentido el
mito de la puerta hacia el cielo pero al menos ya sabe que le tocará subir unas
larguísimas escaleras cuando le llegue su hora.
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Ejercicio de Write World. Algo diferente.
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