Mientras tanto, música mala de los 80s se escucha en el
fondo. La máquina reproductora está en sus últimas.
No es que le guste ni le desagrade pero tiene la curiosa
habilidad de mantenerla concentrada. Le permite que sus gruesos dedos aprieten
con fuerza la llave de boca fija y obliga al tornillo a dar vueltas. Sentada
con su bonito trasero encima de sus talones y haciendo fuerza en las piernas. Empapada
de fuego y aceite por todo el cuerpo con una blusa de tirantes como las que
suele usar en el trabajo. Pantalones cortos y descalza. Encorvada ligeramente
hacia adelante y con todos sus sentidos concentrados en su tarea.
El taller improvisado se levanta por encima del pasto
sintético y lejos de la entrada de su casa. El terreno fue heredado hace mucho
tiempo y no se encuentra muy bien trabajado. Vive con más inquilinos en el
departamento y a ellos no les interesa su taller cubierto con láminas y
tuberías. Es muy carente de estética y profesionalismo. Y así lo deja para que
nadie se interese en ello.
La pobre motocicleta está triste, muy triste: está hecha
pedazos. Se mantiene en pie por la rueda delantera con su freno de disco y
llanta. El amortiguador y el guardabarros están intactos. De resto son sólo
perfiles tubulares sin estética y sin color definido. Carece de asiento y de
amor. La rueda trasera también ha sido arrancada por la mano de Dios y le
faltan piezas claves como el muelle de suspensión y el tubo de escape. La
consiguió como un pedazo de chatarra en un basurero municipal.
La idea original era fabricar una desde cero pero con la
tecnología disponible es imposible. No porque esté atrasada ni mucho menos, sino porque es demasiado
avanzada y las piezas que necesitan han salido del mercado hace ya más de cien
años. Su idea ingenua la sacó de una revista impresa de antigüedades. Se
mostraba en todo su esplendor un ciclomotor. Un aparato grueso de color rojo
intenso con todas las tuberías de color negro. Asiento también oscuro y
tornillos dorados. La rueda trasera más ancha que la delantera y manubrios
largos. La sola descripción del objeto de su adoración no basta. Tendrías que
tener el amor que ella posee por la mecánica y la ingeniería de antes. El cómo
se la jugaban con combustible inestable y el cómo resolvieron todo con
elementos tan burdos y simples. Era mucho trabajo de diseño y de matemáticas
para llegar a donde llegaron. Hoy en día ya es solamente pedirle a la
computadora que haga algo y lo hace. Las fórmulas, creatividad y tendencias las
arroja la nueva caja parlante.
Por un momento se imagina encima de la motocicleta restaurada
e igual a la de la fotografía. Ella radiante y guapísima con el atractivo que
se merece (no es que le haga falta, sin embargo). Con el sonoro motor exigiendo
más y más combustible para seguir adelante y cada vez más veloz. El viento en
su rostro y sin esos chalecos que sustituyeron las bolsas de aire y los
cinturones de seguridad. Sin casco, con la brisa besándole los suculentos
labios.
Y todo se viene abajo cuando por estar distraída da una
vuelta de más en su llave y el tornillo, como ya llegó a su límite, reparte el
resto de la fuerza aplicada a todo el cuerpo entero. Y la motocicleta al no
tener un soporte fijo se viene también abajo y cae hacia atrás. Se levanta una
capa de polvo y salpica aceite por varios sitios.
El sonoro estruendo la regresa a la realidad.
Primero lo niega, incapaz de digerir su error. Se inclina y
con muchísimo esfuerzo logra jalar la máquina de vuelta a su posición perpendicular
al suelo. Y nuevamente se le escapa de las manos para besar el suelo. Y una vez
más. El daño es tal que la motocicleta ya no tiene su peso bien distribuido.
Maldice a los cuatro vientos y arroja la llave al suelo,
presa de la ira y el enojo. Perdida en rabia inútil. Entonces libera palabrotas
que se censuran de forma automática en los implantes de la gente y los
programas de video. ¿Cómo se atreve el destino a hacerle esto? (Y eso que ella
no cree en semejante tontería)
Suelta un suspiro y comienza a negociar con el cadáver de la
máquina: busca piezas que pueda rescatar y las que pueda reparar. Arranca con
las manos desnudas (y llenas de grasa y aceite) lo que no le sirve y lo arroja
por encima de sus hombros. Desmenuza la mitad del vehículo y le dedica una
larga, larga mirada.
Cruza sus brazos y se sienta con las piernas también
cruzadas. Esa posición sólo la adopta cuando se siente desolada y sin
esperanza; cosa que rarísima vez pasa. Nunca importa que tan feo le escupa el
sol, sabe que tarde o temprano llegará una nube a taparle y mejorarle el día
aunque sea por seis segundos. No es que se sienta deprimida pero sí se desanima
de una forma notoria. Sabe que todo mejora con el tiempo, de una forma u otra.
Ya al final asume que la pérdida es aceptable más no
agradable. Ya supone un cambio de visión a su futuro y a su tarea que comenzará
de nuevo. Se levanta mientras cruza sus piernas en el camino al cielo y busca
la llave que rebotó por medio taller. Estira su brazo derecho hacia abajo y
levanta la pierna izquierda, balanceándose (hace semejante pirueta para no doblarse).
Toma la herramienta y resume a su posición original. Un segundo suspiro escapa
de sus labios y comienza a reorganizar todos los utensilios y botellas de
químicos diversos. Junta las herramientas en sus cajas correspondientes y
almacena los botes donde deben de ir.
El taller es cálido. Es una estructura sencilla de perfiles
tubulares con láminas montadas y amarradas que hacen de paredes y techo. Lo
único reluciente y moderno es un pequeño refrigerador que se esconde a plena
vista en una esquina. Se aproxima a este aparto y con una señal de la mano le
pide que le lance una lata de cerveza: y eso pasa, la máquina refrigeradora le
escupe una lata por medio de un tubo de escape retráctil.
Atrapan a la lata y la abren sin más, permitiendo que la
espuma se enloquezca y reciba un largo trago (beso).
Cuando la mecánica fallida se ha tomado la mitad de la lata
de dos sorbos retira de sus labios el plástico sintético. De seguro en aluminio
sabían mejor los líquidos. Sólo deja escapar el aire de lo delicioso que está el
contenido y contempla la enormidad de su estupidez en el cadáver de la
motocicleta.
Sólo un tropiezo. Dentro de dos semanas o tres lo intentará
de nuevo con una mente más clara.
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Ejercicio de Write World. Es la chica del futuro pasado de mi historia de automatas.