Me gusta más la lluvia cuando se detiene.
Podemos ver las casas grises y feas siendo adornadas por
escupitajos de Dios. Se embellecen un poco, la verdad. Siempre digo que Él nos
vigila y nos escupe. No es que me moleste que me bañe en su saliva, claro, pero
la calma es mucho mayor cuando ya no hay gotas haciendo ese gracioso sonido.
Plic, plac. Plic, plac.
Puedo entonces brincar sobre los charcos del pavimento y
preguntarme si el agua está más clara que el cielo. Camino con mis zapatos del
trabajo y estos al ser diseñados de una forma especial, no me hacen resbalar. Se
tornan más oscuros porque se limpian y hacen otro ruido gracioso cuando salto.
Splash.
Pareciera que no hay gris cuando el cielo llueve. Vale la
pena celebrar. Los colores del arcoíris no siempre nos acompañan pero es
natural que todo resulte más brillante y animado cuando el aguacero cesa. Los
animales se calman un tanto y la gente comienza a salir, espantados de la
tromba.
De alguna forma curiosa sólo me dan ganas de danzar cuando
está lloviendo. Sacudo los huesos y la carne y cierro los ojos. Debajo de las
nubes hago mi propia música e invento mis propios pasos de baile. ¿Quién
necesita una coreografía? Cuando eres presa del torrente eres alguien
diferente. Te limpia el alma y todo lo malo se puede ir por el desagüe. Incluso el día más negro, feo, asqueroso y
enlodado termina siendo algo pasajero cuando bailas dando saltos sobre los
charcos de la calle. Y aunque me encanta dicho momento prefiero cuando la
lluvia se detiene.
Ignoro si es porque es un final y los finales son bonitos.
Para bien o para mal el final está ahí, cerrando algún capítulo, alguna
relación, algún viaje o cualquier cosa que se te ocurra. No todos los finales
son principios, claro. Hay finales definitivos que nunca más tendrán secuelas
en tu vida. Por más que lo intentes, si es la tercera vez y no funciona,
realmente no debe funcionar. Dios no es tan terco para arruinar tu vida tantas
veces.
Sabes, solecito, eres toda una damisela que comienza a
pintar el cuadro perfecto cuando por fin las nubes te dejan salir y hacer tu
trabajo. Y es por eso que quizá me gusta más la lluvia cuando acaba. O bueno,
las olas oscuras cantan juntas y me es imposible creer en el cambio de clima
tan errático que tiene nuestra ciudad. De un frio agradable a un calor
insoportable en menos de veinticuatro horas.
Es entonces que comienzo a tararear nanas que nunca me
aprendí de pequeño. Y todas estas naves comienzan a balancearse al mismo
tiempo, generando ondas sobre el agua del exterior. El verano está acabando,
por cierto. Más no dejaré que eso me detenga hasta que la señorita comience a
desvanecerse. Y pensar que alguna vez te sustituí por una humana. Una pena, la
verdad.
Nos querrán arrastrar, claro, a los ríos viejos. Pero no nos
dejaremos. Aún tenemos muchas lluvias por presenciar y bailar. A menos claro
que Dios se aburra de nosotros y de nuestro mundo imperfecto y lleno de verrugas
(que aún así adoro).
El día que la lluvia nunca más aparezca o nunca más deje de
cesar, me preocuparé. Por ahora, cerraré los ojos y me imaginaré la vida
perfecta que nunca tendré.
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Esto es un ejercicio. Viene de Writer World.