La carta yace sobre la cama. El sobre es de papel y un
listón blanco le protege contra intrusos con un mono moño. El sol atrevido de
la ventana la acaricia con dulzura. Debajo de éste pliego se encuentra una
postal que viene de su antiguo amor. Éste se largó sin decir más y con cierta
frecuencia le manda postales de alrededor del mundo. Es posible que en realidad
sólo se haya cambiado de edificio y no tenga la suficiente valentía para decir
la verdad y compra postales en farmacias y tiendas de regalos. Es una
suposición válida.
Pero la carta es importante ahorita. Es de su mejor amiga.
De esa que murió antes de poder conocerla en persona. Sucede que se conocieron
por medio de un juego en línea que ya murió y con regularidad hacían llamadas
de video en un programa de mensajería instantáneo. No vivían muy lejos pero era
complicado por motivos monetarios. Entonces la idea de un mensaje largo al mes
fue una idea novedosa y tierna para las dos amigas. Así siguieron por tres años
sin que el salario creciera.
Y de pronto dejó de estar en línea en el programa y redes
sociales. Y dos semanas de silencio se vieron interrumpidas cuando alguien más
entró y declaró que la muchacha había fallecido de una enfermedad rara del
corazón.
¿Por qué nunca me lo
dijo?
Obviamente pensó que era una broma de mal gusto. De seguro
algo le dijo y le incomodó y ya no quería hablarle más. Robó una subscripción
de una página de periódicos locales de allá y entró a la sección de obituarios.
Y el supuesto ser que invadió la cuenta no mintió. Ahí estaba su nombre
adornado con letras gruesas, una foto sencilla y una cruz que se le hizo muy
fea en ese momento.
Pide esperanza en silencio, es más sencillo y más amable.
Dile que no se le romperá el corazón.
Con sus castaños ojos sigue mirando la carta. Lo único que
ha hecho con ella es recogerla del buzón y arrojarla encima sus sábanas. Ni
siquiera la había mirado bien cuando encendió su computadora. Pasaron minutos y
le dio curiosidad por el envoltorio con listón. Y desde entonces no se ha
movido.
Le atormenta el corazón. Cree firmemente que volverán a
encontrarse en el camino de la vida. Ella es su propio enemigo. Se aferra a una
verdad que desapareció hace medio mes. Ésta correspondencia fue enviada una semana antes de su
fallecimiento. ¿Acaso fue planeado? Es una suposición válida.
Después de varios minutos la toma con la mano derecha y la
voltea. Está sellada. La solapa está en su lugar y contiene el pegamento debido
para no ceder ante las presiones de las demás cartas y del tiempo. Seguro se
revolcó y luchó contra un montón de postales, sobres y demás paquetes que
envían por correo. A pesar de eso se nota en bonitas condiciones y no hay daño
más allá de las imperfecciones del papel.
El moño está impecable.
Despacito, muy despacito, tira de la cinta por un extremo y
el nudo se desvanece con un crujido. La mano izquierda entonces suelta lazo y
esta aterriza sobre las sábanas. Levanta con esa misma mano la solapa del sobre
y revela la tan apreciada y secreta correspondencia. La retira de su protección
y luego la abre.
El sobre yace ahora en la cama.
La lee. La vuelve a leer.
Nada acerca de su enfermedad o sufrimiento (es una
suposición válida) agonizante y terrible. Hace memoria y los recuerdos de las
sonrisas a través de la lente de la cámara digital nunca le alertaron. Era una
chica cualquiera (pero un poquito más guapa que ella debe admitir). No había
secretos. No más que éste. ¿Por qué no decirle? Quizá por temer a dañar la
relación a distancia o cambiar la perspectiva de la vida ajena. No iba a
discriminarla, claro. ¿Quizá animarla demasiado? Tal vez. Aunque el humor de la
remitente no era exagerado el de la emisora era más constante. Menos débil a
las hormonas y al diario vivir.
Es una carta sencilla y normal a fin de cuentas. Es algo que
habría escrito hace tres meses atrás o nueve meses adelante.
Una fugaz idea le cruza la mente. Responder le encogería el
debilitado corazón. ¿Será prudente? Aunque
lo haga por gusto y por mandarle sus últimas palabras seguramente en el hogar
de ella podrían abrirla y leerla. Y entonces le escribirían de vuelta para
darle la mala noticia una segunda vez.
No, no podrá soportarlo. Bueno, no podrá soportar la mala
noticia una segunda vez. Así que pone manos a la obra para aliviarse a sí
misma: toma una hoja en blanco y coloca su plantilla de renglones debajo de
ella (y es que hace trampa para que la letra le salga derecha). Y comienza a
escribir con lápiz como de costumbre. Gasta el grafito sobre el árbol muerto y relata
todo y nada a la vez. Sus últimas semanas, el trabajo, un pretendiente por ahí,
los juegos de mesas y demás. Contenido poco elaborado, contenido natural. Si la
última carta de su amiga no tocó el tema de la enfermedad ella tampoco tiene
porqué tocarlo.
Pasa una hora y entre borrones, confusiones y hojas nuevas
termina su correspondencia que jamás entregará. La dobla con sumo cuidado para
luego meterla en el envoltorio que llegó hoy. Y toma la hoja que no contiene su
letra y también la mete ahí. Parpadea unas veces y nota que el sobre ha
engordado bastante. Se ríe ante su idea y baja de la cama. Saca una cajita de
cartón y echa el sobre con todos los demás sobres. Son más de treinta. Empuja con
delicadeza la cajita de vuelta y se levanta.
No se permite llorar. No hoy. Mañana quizá lo haga. Es una
suposición válida. Sonríe y sale de su habitación para preparar la comida de
mañana.
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Ejercicio. Un mes sin escribir. Qué asco. No me inspiraba. Sólo quería algo simple.