lunes, 4 de mayo de 2015

Shadow on the Sun

-Lo siento, ¿sería tan amable de repetir lo que dijo?

Las bocinas suenan.

El autómata lo escuchó perfectamente pero no lo ha podido procesar bien. A pesar de que su mente hecha con circuitos, protocolos y algo de sentimientos falsos ya entendió la instrucción, le cuesta pensar en cómo llevarla a cabo. No asimila tan rápido como un humano porque tiene algoritmos más limitados y encima siguen alineamientos muy complicados. Se prepara en silencio para escuchar de nuevo.

-Que te esfumes. Piérdete, ya conseguí un modelo nuevo y no voy a meterte a reciclaje. Es un proceso muy largo y tonto. ¡Sólo esfúmate!

El autómata camina hacia donde se encuentra su estación de servicio y comienza a tomar cables, ya sabes, los suyos, para poder alimentarse de energía y mantenerse en funcionamiento. Es entonces que su dueño, ahora una persona sin rostro, le da un manotazo.

-Eso sigue siendo mío. ¡Lárgate ya!

Entonces el autómata se hace presa del terror. Le queda un diez por ciento de energía. Debe proteger su propia existencia, claro, pero sin hacerle daño a un humano. Las probabilidades de que el humano le vuelva a agredir son superiores al noventa por ciento; y debe preservar su propia existencia pero no a cambio de la seguridad de un humano. Es un riesgo muy alto y no puede defenderse ante eso. Así que está condenado a hacerle caso.

Se acerca a la puerta y el pequeño perro de raza Corgi Galés trata de detenerlo con sus patas más el autómata le rasca las orejas, desarma al pobre animalito con ese gesto y sale por la puerta.

El cielo está gris y las nubles miran feo a todo el mundo. Amenazar con escupir a todo ser viviente o pensante que esté paseándose ahora mismo. Y exactamente eso es lo que hacen sin una advertencia para el autómata expulsado de su hogar: una gota de lluvia se estrella contra su lente izquierda y nuevamente la conglomeración de circuitos, protocolos y algo de sentimientos falsos, depositado todo en un caparazón a prueba de agua, echa a correr, buscando refugio.

Un vagabundo le llama su atención. Bueno, tres. Se encuentran bajo un puente y está apartado de los humanos.

Son tres diablos sin alma que están rebosantes de grasa, orín, vómito y alcohol. Dos de ellos incluso son peleadores callejeros y luchan volteando a ver sus pertenencias cada tres golpes. Ellos se encuentran alrededor de un tambo de metal vacío que expulsa llamas artificiales. Aún en tiempos tan avanzados donde es posible recrear tejido humano para parchar heridas grandes, algo tan simple como la riqueza justa y equitativa, brilla por su ausencia. El único que no combate contra enfermos aún conserva sus dientes y es el que mejor cara tiene. Posiblemente tenga poco tiempo siendo un don nadie. La sola idea de cómo se pueden dar la espalda entre ellos ahora le pesa (siempre leía algunos foros de humanos para pasar el rato en su modo de hibernación). Su único y último dueño fue una persona común y corriente, de clase media. Se enteró por mera casualidad que lo ascendieron y fue entonces que el dinero y el poder lo empezaron a partir por la mitad. Se volvió más prepotente, dejó de decirle "por favor" y "gracias" y colgó muchos teléfonos sin despedirse.

Ahora les tiene miedo.

¿Cómo es posible que se vuelvan tan ciegos al recibir más créditos por horas de vida? Porque no están trabajando por créditos realmente, están regalando horas de vida que nunca más van a recuperar y a eso hay que sumarle los que por hacer nada ganan más que una docena de ellos juntos. La economía se está alzando, eso está claro, nada que ver con las depresiones del país más militar y próspero de hace unas décadas.

-¿Pero a qué costo?

Susurra el autómata y los tres vagabundos lo miran, absortos. Ni un robot puede hablar solo. No les es posible, necesitan una última instrucción o un comando exterior. Los conocen muy bien. Más de un autómata los ha sacado a golpes de los bares y las colonias privadas. Casi los pueden llamar compañeros de la vida, excepto por sus dueños tan tontos. ¿Quién no querría ser amigo de un ciudadano del mundo?

Es una forma curiosa en la que este autómata está procesando su abandono. No se ha vuelto loco, no ha roto las leyes ni ha tratado de encontrar lagunas mentales. Aún cree firmemente en la ley acerca de su inteligencia artificial: Todos los robotsdotados de razónhumanacomparable yconciencia debencomportarse fraternalmente losunos a los otrosen un espíritu dehermandad. Pero esa misma ley es irónica porque aun así hay un código penal para tratar a los autómatas como criminales si la situación se llegase a presentar. Es una especie de respaldo, una precaución que tal vez sea necesaria en un futuro no muy lejano.

El miedo es un arma poderosa, es un aliado increíble y es un terrible consejero. Este último es quien alienta a los mendigos: agarran basura para atacar al autómata. Le arrojan botellas, mierda, carritos de supermercado y un par de uñas.

Nunca, nunca se ha escuchado la noticia en la vida real de un autómata que se haya librado del yugo de los humanos; en la ciencia ficción y las películas sucede muy a menudo y todas estas obras se anuncian siendo la única en su género en hacerlo. ¡Pero no vaya a ser! ¿Qué pasa si este es el primero? ¡Serían unos héroes! No más comer de la basura, no más andarse peleando por las cobijas ni dormir con una navaja bajo la piedra. Serían personas dignas, reconocidas y populares. Incluso el más sano de los tres podría abrir su negocio de nuevo y encontrarse con su familia.

Pero el destino no funciona así. El destino impulsa al autómata a escapar y eso es lo que hace: salta hacia la lluvia y escapa de los sueños torcidos de los tres diablos. Entonces, su tercer paso en el quinto cuadrante de la ciudad, flaquea y tropieza el cuerpo entero. Justo entonces cruzaba un puente que comunica el quinto con el cuarto cuadrante. Es un puente encima del río artificial donde se liberan (de forma ilegal y procesada) la mayoría de los desechos tóxicos. Es el peor sector de la ciudad.

Le queda un por ciento de energía.

Hay un protocolo que está por encima de todos los demás (pero no las leyes): conservar su programación. Esto obliga al autómata a hacerse ovillo, hundirse en al agua y a apagar todas sus funciones. Es una especie de hibernación más cruel. Está consciente de lo que sucede afuera. Es una fatalidad aún peor que la muerte: suicidarse no es opción y la muerte no vendrá por este autómata. Está inmovilizado, contenido dentro de sí mismo, con la imposibilidad de comunicarse y es altamente improbable que se le rescate de esta situación. Ese un por ciento de energía le permitirá mantener sus circuitos, protocolos y algo de sentimientos falsos en perfecta armonía. Su modelo está diseñado especialmente para que ese un por ciento de energía se recicle consigo mismo y nunca pierda los datos.

Ni siquiera puede gritar en agonía.

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Ejercicio de Write World.