-Lo siento, ¿sería tan amable de repetir lo que dijo?
Las bocinas suenan.
El
autómata lo escuchó perfectamente pero no lo ha podido procesar bien. A
pesar de que su mente hecha con circuitos, protocolos y algo de
sentimientos falsos ya entendió la instrucción, le cuesta pensar en cómo
llevarla a cabo. No asimila tan rápido como un humano porque tiene
algoritmos más limitados y encima siguen alineamientos muy complicados.
Se prepara en silencio para escuchar de nuevo.
-Que te esfumes.
Piérdete, ya conseguí un modelo nuevo y no voy a meterte a reciclaje. Es
un proceso muy largo y tonto. ¡Sólo esfúmate!
El autómata camina
hacia donde se encuentra su estación de servicio y comienza a tomar
cables, ya sabes, los suyos, para poder alimentarse de energía y
mantenerse en funcionamiento. Es entonces que su dueño, ahora una
persona sin rostro, le da un manotazo.
-Eso sigue siendo mío. ¡Lárgate ya!
Entonces
el autómata se hace presa del terror. Le queda un diez por ciento de
energía. Debe proteger su propia existencia, claro, pero sin hacerle
daño a un humano. Las probabilidades de que el humano le vuelva a
agredir son superiores al noventa por ciento; y debe preservar su propia
existencia pero no a cambio de la seguridad de un humano. Es un riesgo
muy alto y no puede defenderse ante eso. Así que está condenado a
hacerle caso.
Se acerca a la puerta y el pequeño perro de raza
Corgi Galés trata de detenerlo con sus patas más el autómata le rasca
las orejas, desarma al pobre animalito con ese gesto y sale por la
puerta.
El cielo está gris y las nubles miran feo a todo el mundo.
Amenazar con escupir a todo ser viviente o pensante que esté paseándose
ahora mismo. Y exactamente eso es lo que hacen sin una advertencia para
el autómata expulsado de su hogar: una gota de lluvia se estrella
contra su lente izquierda y nuevamente la conglomeración de circuitos,
protocolos y algo de sentimientos falsos, depositado todo en un
caparazón a prueba de agua, echa a correr, buscando refugio.
Un vagabundo le llama su atención. Bueno, tres. Se encuentran bajo un puente y está apartado de los humanos.
Son
tres diablos sin alma que están rebosantes de grasa, orín, vómito y
alcohol. Dos de ellos incluso son peleadores callejeros y luchan
volteando a ver sus pertenencias cada tres golpes. Ellos se encuentran
alrededor de un tambo de metal vacío que expulsa llamas artificiales.
Aún en tiempos tan avanzados donde es posible recrear tejido humano para
parchar heridas grandes, algo tan simple como la riqueza justa y
equitativa, brilla por su ausencia. El único que no combate contra
enfermos aún conserva sus dientes y es el que mejor cara tiene.
Posiblemente tenga poco tiempo siendo un don nadie. La sola idea de cómo
se pueden dar la espalda entre ellos ahora le pesa (siempre leía
algunos foros de humanos para pasar el rato en su modo de hibernación).
Su único y último dueño fue una persona común y corriente, de clase
media. Se enteró por mera casualidad que lo ascendieron y fue entonces
que el dinero y el poder lo empezaron a partir por la mitad. Se volvió
más prepotente, dejó de decirle "por favor" y "gracias" y colgó muchos
teléfonos sin despedirse.
Ahora les tiene miedo.
¿Cómo es
posible que se vuelvan tan ciegos al recibir más créditos por horas de
vida? Porque no están trabajando por créditos realmente, están regalando
horas de vida que nunca más van a recuperar y a eso hay que sumarle los
que por hacer nada ganan más que una docena de ellos juntos. La
economía se está alzando, eso está claro, nada que ver con las
depresiones del país más militar y próspero de hace unas décadas.
-¿Pero a qué costo?
Susurra
el autómata y los tres vagabundos lo miran, absortos. Ni un robot puede
hablar solo. No les es posible, necesitan una última instrucción o un
comando exterior. Los conocen muy bien. Más de un autómata los ha sacado
a golpes de los bares y las colonias privadas. Casi los pueden llamar
compañeros de la vida, excepto por sus dueños tan tontos. ¿Quién no
querría ser amigo de un ciudadano del mundo?
Es una forma curiosa
en la que este autómata está procesando su abandono. No se ha vuelto
loco, no ha roto las leyes ni ha tratado de encontrar lagunas mentales.
Aún cree firmemente en la ley acerca de su inteligencia artificial: Todos los robotsdotados de razónhumanacomparable yconciencia debencomportarse fraternalmente losunos a los otrosen un espíritu dehermandad. Pero
esa misma ley es irónica porque aun así hay un código penal para tratar
a los autómatas como criminales si la situación se llegase a presentar.
Es una especie de respaldo, una precaución que tal vez sea necesaria en
un futuro no muy lejano.
El miedo es un arma poderosa, es un
aliado increíble y es un terrible consejero. Este último es quien
alienta a los mendigos: agarran basura para atacar al autómata. Le
arrojan botellas, mierda, carritos de supermercado y un par de uñas.
Nunca,
nunca se ha escuchado la noticia en la vida real de un autómata que se
haya librado del yugo de los humanos; en la ciencia ficción y las
películas sucede muy a menudo y todas estas obras se anuncian siendo la
única en su género en hacerlo. ¡Pero no vaya a ser! ¿Qué pasa si este es
el primero? ¡Serían unos héroes! No más comer de la basura, no más
andarse peleando por las cobijas ni dormir con una navaja bajo la
piedra. Serían personas dignas, reconocidas y populares. Incluso el más
sano de los tres podría abrir su negocio de nuevo y encontrarse con su
familia.
Pero el destino no funciona así. El destino impulsa al
autómata a escapar y eso es lo que hace: salta hacia la lluvia y escapa
de los sueños torcidos de los tres diablos. Entonces, su tercer paso en
el quinto cuadrante de la ciudad, flaquea y tropieza el cuerpo entero.
Justo entonces cruzaba un puente que comunica el quinto con el cuarto
cuadrante. Es un puente encima del río artificial donde se liberan (de
forma ilegal y procesada) la mayoría de los desechos tóxicos. Es el peor
sector de la ciudad.
Le queda un por ciento de energía.
Hay
un protocolo que está por encima de todos los demás (pero no las
leyes): conservar su programación. Esto obliga al autómata a hacerse
ovillo, hundirse en al agua y a apagar todas sus funciones. Es una
especie de hibernación más cruel. Está consciente de lo que sucede
afuera. Es una fatalidad aún peor que la muerte: suicidarse no es opción
y la muerte no vendrá por este autómata. Está inmovilizado, contenido
dentro de sí mismo, con la imposibilidad de comunicarse y es altamente
improbable que se le rescate de esta situación. Ese un por ciento de
energía le permitirá mantener sus circuitos, protocolos y algo de
sentimientos falsos en perfecta armonía. Su modelo está diseñado
especialmente para que ese un por ciento de energía se recicle consigo
mismo y nunca pierda los datos.
Ni siquiera puede gritar en agonía.
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Ejercicio de Write World.