jueves, 6 de abril de 2017

Azar: East

La doncella sonríe con dulzura mientras postra sus manos cubiertas de metal sobre la frente del anciano. Murmura palabras en su idioma natal, el de los ángeles, y luego una luz emana de sus palmas. Es entonces que el viejo siente que vuelve a nacer: sus pulmones se expanden y su respiración se normaliza; su cuerpo ya no le duele y las articulaciones pareciera que se lubricaron. El resfriado ha desaparecido. Podrá seguir trabajando para el pueblo que tanto le ha dado. El anciano pega un salto y después se postra a pies de la dama quien se ruboriza un poco y trata de levantarle pero es en vano. Dos armados guardias entonces hacen acto de presencia y levantan al ya nada decrépito. Este último se escapa de su agarre y se retira saltando por el templo. Éste ha sido el último de los fieles que ha venido el día de hoy.

Y los guardias salen corriendo detrás de él porque no está permitido saltar dentro del templo.

La tenue luz se filtra por las amplias ventanas e iluminan el interior. Es una construcción bastante amplia: ábside que da al helado exterior, crucero con un hermoso grabado en el suelo del escudo del más benévolo de los dioses, docenas de columnas con detalles de plumas en sus capiteles y basas, pendones que cuelgan del techo y una larga nave central que lleva hacia el pórtico y la gran puerta principal.

La dama posee un gran halo de metal que flota encima de su cabeza. Viste con una túnica de azul bastante oscuro que tiene la capucha levantada. El capuz cae sobre su frente y le cubre gran parte de su rostro: los fieles sólo alcanzan a admirar su nariz fina y respingada, mejillas redondas, labios carnosos y un mentón afilado. La tez es tan blanca como la nieve del exterior. Dos largas fuentes de luz se asoman de cada lado de su cuello hasta el sólido peto que protege su pecho. Esos haces de luz parecieran ser mechones, cabellos. Dos hombreras de metal ciñen la túnica al igual que dos codales. Unas escarcelas delgadas acentúan su celestial figura y a la vez ofrecen algo más de protección. Por último como protección tiene un par de guantes del mismo metal celestial; estos solo se notan cuando extiende sus brazos por debajo de las largas mangas de la túnica. Las alas grises alas están plegadas en su espalda y aún plegadas se nota que son grandes y que tienen una envergadura de cuatro metros.

Un suspiro escapa de los labios de la dama y mira de nuevo a su alrededor. Se está empezando a colar la nieve por las ventanas y la puerta. Escucha pasos pesados y con sus  ojos escondidos busca el origen: los guardias regresan con cara de malhumorados (seguramente porque el viejo corrió más rápido que ellos). Ella entonces hace una señal con la mano de que es hora de cerrar el templo. Ellos asienten y se despiden con una corta reverencia y una rápida oración. Ella vuelve a sonreír y les da la espalda para luego saltar por el umbral del ábside.

No suele alejarse mucho del templo porque siempre hay sorpresas. Habrá quien venga a las tres de la mañana porque no pudo soportar más el dolor o porque cree que va a enfermar. Aún si se alejara está conectada a la estructura de una forma divina y puede darse cuenta de cuando alguien la necesita. No necesita dormir, comer o beber así que siempre está disponible. Su única necesidad es saciar su curiosidad infinita: mirar a todos lados, escuchar todos los sonidos, oler todos los aromas, sentir todas las texturas. Le encantaría poder probar toda clase de sazones pero no le es posible. Por eso da paseos cortos cerca del templo cada vez que hay oportunidad.

En estos últimos días ha venido gente por resfriados únicamente. Es una temporada poco productiva en general: el frío incomoda, los cultivos no pueden crecer y la gente poco sale de sus casas. No hay problema porque esa misma gente se prepara para el invierno: cultivan para varios meses y hacen todas sus labores del exterior en poco tiempo.

Después de su salto cae ella dos escalones de altura a la nieve y  eleva su rostro para contemplar los copos que aterrizan despacio como si se declararan dueños de toda la ciudad. La nevisca es ligera y se ven toda clase de formas y tamaños cuando descienden. Un delgado manto blanco ha coloreado la capital en estos días de invierno. La gente ha respondido con el humo que proviene de sus chimeneas y hogueras. Visto desde arriba, donde moran los dioses, se ve como una ciudad apacible y tranquila. No es una ciudad perfecta pero intenta serlo y como premio se ha ganado un ángel que baja a curarles de sus malestares físicos: enfermedades, heridas, dolores y lesiones. Todos los días atiende a la gente que requiere sus bendiciones: ancianos, niños, adultos, embarazadas y accidentados. Es una labor que practica con gusto y total devoción. Es el motivo por el cuál la crearon y es la meta que la llevará hasta el final de los tiempos.

Una presencia le llama la atención y voltea atrás suyo, donde el jardín blanco se expande hacia las otras construcciones. Esa presencia pertenece a una figura de menos de un metro de altura y menos de cuarenta kilos de peso. Tez pálida, complexión delgada, melena de color azul oscuro por si ningún lado; una camisa de color caqui algo sucia y pantaloncillos azules con pies descalzos. Ojos de cristal. Dicha figura tiene la mano izquierda por detrás de su espalda y la derecha apuntando encima de su cabeza.

La doncella contempla al infante y observa con atención el porqué de sus gestos manuales  tan extraños: un halo hecho de alambres que proviene de la espalda del menor parece flotar por encima de la cabellera azul y unas alas hechas con ramas oscuras se sostienen del mismo alambre. La criatura señala su halo con la mano derecha su halo y con la izquierda sostiene su obra de arte.

El pecho de la dama se llena de ternura y dulzura. Después abre sus enormes alas para cubrir a la pequeña figura de la nieve que pretende reclamarle también. Al mismo tiempo se inclina ligeramente hacia adelante con una bailarina sonrisa y esconde sus manos detrás de su espalda.
Antes le han dado regalos: armas, inciensos, ropajes, estatuillas, metales preciosos y armaduras. Todo lo tiene guardado en un espacio privado del templo que se llena cada vez más. Pero no muy a menudo le regalan una promesa:

-Cuando sea grande, seré un ángel como tú y voy a ayudarte.

Afirma el menor con los labios apretados al tiempo que asiente la cabeza como si dijese una verdad irrefutable. Está bastante orgulloso de sí e irradia una confianza  increíble.

La doncella sigue contemplando al infante y ladea un poco su rostro: reacción natural a la ternura. Ríe entre dientes y extiende la mano derecha para peinar a la criatura que le ha hecho uno de los mejores regalos que ha recibido en su existencia. El metal fresco no molesta al infante porque está recibiendo un cariño de un ángel sin bendición, cosa que no pasa todos los días. No hay palabras para expresar el agradecimiento ante el bello presente: las palabras se volvieron inútiles.

-¡Y volaremos juntos por el cielo!

Afirma de nuevo el menor y luego se escapa de la mano de la doncella y corre alrededor de ella, jugando. Hace onomatopeyas de vuelo con su boca y levanta nieve cuando corre más alrededor de ella. Entonces después afirma que le ayudará en las batallas y que conocerá a los demás ángeles y que será todo un honor servir al dios más benevolente. Es una conversación de  él solo sobre cómo será la vida en el paraíso: todos flotan, música de harpas y mucha gente bonita por todos lados. La imaginación del menor es bastante creativa y mantiene cautiva a la doncella por un rato más con sus relatos e ideas acerca del mundo y del paraíso.

Ese rato más se convierte en el anochecer.

-Debo irme. Ya es tarde.

Murmura la criatura, algo triste. La doncella se arrodilla frente a él y él se sorprende. Y aún de rodillas es una figura alta. La nieve ha dejado de caer y el pequeño ángel se encuentra limpio en su mayoría: ella le cubrió de la nevada todo este tiempo.

Entonces ella le toma de la cabeza con ambas manos y deposita un beso dulce sobre la frente ajena. El infante se ruboriza intensamente y empieza a tartamudear su ya no tan sencilla despedida. La dama mantiene la sonrisa bailarina y asiente, despidiéndose también.  El pequeño ángel le da un beso fugaz en la mejilla izquierda y después echa a correr aún más sonrojado que antes sin mirar hacia atrás.


La doncella le contempla irse y perderse detrás de los edificios blancos. Se reincorpora, se sacude la nieve de su túnica y regresa al templo con la más radiante de las sonrisas. 

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Inspirado en esta imagen.