Su espalda desnuda revela sus espantosas cicatrices mentales.
Aunque ya ninguna de estas existe, la mayoría de estas las recuerda en sus
antebrazos y hombros, la espalda, los pechos, las piernas y su cuello no están
exentas de semejantes marcas ficticias: largas líneas de cortes limpios que son
anillos a sus extremidades. Lo que sí permanece es un cuerpo trabajado y atlético,
flexible y resistente. Su largo cabello negro oculta una frente de más de dos
dedos. Detrás de esa piel tan carnosa se encuentra una espiritualidad muy
desarrollada, profunda. Pocos humanoides alcanzan semejante grado de madurez. El
resto de su ser está entrenado para ser un ente diplomático e intimidante,
además de furtivo cazador. Posee un delicado balance entre la gracia y el
poder.
La cabeza gacha indica una postura poco amenazante.
Es frágil, es débil. Tiene al menos dos días de
resurrección. Lo último que recuerda es como fue aniquilada por una momia
sacerdotisa, como fue devorada por un cráneo de adamantina y después su alma se
entrelazaba con otras miles de almas para asistir a un ritual demoniaco. Y fue
una endemoniada criatura quien le sacó de esa ceremonia:
-¡Lady Fhanys!¡Te ordeno que vengas!
No se resistió.
La demoniza entonces protegió el diamante donde depositó el
alma y escapó de una muerte segura.
De ahí más nada. Revive el momento con facilidad: abre sus
ojos, extrañada porque ahora la luz le molesta. Sus pulmones se llenan de aire
y sus órganos comienzan a funcionar de nuevo. Mil sensaciones similares le
corroen todo el cuerpo. El dolor desaparece despacito, despacito. La negrura
que la ahogó se ha disipado. Le cuesta varios minutos comprender que vive de
nuevo, que no es el paraíso que se merece. Su cuerpo es nuevo. Ninguna de sus
marcas (de las cuales se avergonzaba terriblemente) existe ahora. Ignora por el
momento si va a seguir vistiendo como lo hacía: conservadora y pura, o ahora
podrá presumir de un cuerpo nuevo y bello.
Sus ojos recorren cada línea visible de su puño derecho. Ese
manita es la elegida para hacer componentes somáticos, gestos y para
señalamientos. Carece de marcas de dedos rotos y de entrenamiento. Esa misma
mano la utilizó sin fin de veces para golpear piedra, adamantina o criaturas
fantasmales. Lo único que le cubría era un guante sin dedos de color blanco,
hecho de tela. No era mucha protección pero contenía un par de encantamientos
mágicos.
Luego salta a su otra mano con la palma al cielo. Los callos
de tanto apretar su espada corta han jamás existido. Esta otra mano es igual de
habilidosa pero menos utilizada. Siempre fue más apreciada por su fuerza y su
agarre. Quizá de ahora en adelante turne el uso de su arma secundaria, la hoja,
para que los tejidos dañados no se repitan tan a menudo.
Después sigue explorando el resto de su cuerpo con la
mirada. Hasta le parece notar que sus pechos han crecido. Pero hace caso omiso
a la vanidad y sigue buscando alguna vieja herida, algún rayón que no debería
estar; un acto de vandalismo contra su integridad física.
Nada.
Está limpia. Realmente ha vuelto a nacer en su mejor condición
física.
Sólo tuerce una sonrisa hacia la derecha y se levanta por
completo.
La demoniza que se negó a dejar su nombre (y de la cual sólo
recuerda un guante rojo con anillos de plata) le dio una segunda oportunidad. Sabe
que su iglesia pagó por ella. No ha vuelto aún a ellos. Debe encontrarse una
vez más antes de volver a su fe.
Así que suspira, mira hacia adelante, prepara su andar y
comienza a vestirse.
Pantalones oscuros de tela, su capucha blanca y sus
múltiples cinturones, además claro, de botas de viajero. Esta vez la espada
corta va colgada detrás de su espalda y no sobre su antebrazo derecho. Una
pequeña mochila con provisiones para varios días y se adentra aún más en la neblina,
esperando su propia intervención.
Es a prueba de errores, ellos van a perder. No hay demora,
deja que tomen su puntería. La hicieron explotar pero no caerá. Es su
intervención.
--
Esto es un ejercicio. Viene de Writer World.
Me costó más que de costumbre. Me oxido.