La lluvia la empapa por completo. Escucha una y otra vez los
besos de la tempestad contra su ser. Gota tras gota trata de invadirle el
espacio personal y meterse entre los anillos de su armadura de mitral.
Afortunadamente la camisa de cuero les evita el paso. Su uniforme de mercenaria
experimentada es de una tela resistente pero no del todo impermeable. Es peso
adicional.
En tres horas va a anochecer.
De largas zancadas atraviesa las colinas y las praderas,
acercándose a unas ruinas que se alzan y parecen ser la mejor protección ahora.
No es que se vaya a enfermar, claro, pero tampoco es muy agradable ir por todos
lados escuchando como rechina el agua en tu piel. Sigue su camino por varios
minutos y el agua ya no puede mojarla más. Hasta su ropa interior ya ha sido
invadida. Demoró mucho en llegar y es porque creyó que había encontrado a su
presa. Sucede que anda en una misión de encontrar y apresar. Su objetivo se
escapó del castillo del rey y se dio a la fuga fuera de la ciudad. Es un reino
poderoso y próspero de humanoides variados que se encuentra más allá de lo que
los mapas de Eberron se atreven a mostrar. Ha llegado aquí por azares y
portales con la sola intención de expandir la fama de su campaña de
mercenarios.
El guante rojo con anillos de plata sigue en su mano
izquierda. La cola se ondea con furia luchando contra lo imposible para
mantenerse seca. La capucha que le protege la cabeza ha hecho su mejor esfuerzo
pero los cabellos negros están húmedos y se le escurren por el rostro.
La vegetación es espesa a todo lo largo y ancho del terreno
excepto en el camino curveado y natural que lleva hacia la entrada de las ruinas.
Ella va creando su propio camino curveado. Si la víctima pasa por la senda ya
marcada entonces podrá verle sin problemas. Si la víctima atreve a aventurarse
fuera de su sentido común será complicado verle. La mirada de la mercenaria es
aguda y su oído es fino pero con la tromba encima será complicado. Hasta al
mejor cocinero se le quema la sopa.
La edificación a lo lejos contiene decenas de paredes con
ventanas vacías. Ni un muro está entero
y todos muestran daño por el tiempo, la guerra y las tecnologías. Entre los
paredones hay torres que alguna vez sirvieron de defensa y son las que se
encuentran en mejor estado. Es posible que alguna le dé un albergue temporal. También
es posible que su presa se encuentre ahí.
Por fin llega a los pies de la colina más alta de todas y
gruñe. Sus colmillos se muestran relucientes bajo los intensos besos de la
lluvia: va a trepar y podría ser vista por el terreno elevado en su contra. Ahí
es donde comienzan las rocas que forman el castillo en ruinas.
Aún más pesadas gotas intentan derrumbarla en su camino
cuesta arriba. Con frecuencia la mercenaria se arrodilla, busca huellas en vano
y reconoce el terreno. Evalúa su situación y sigue andando. Este proceso lo
repite varias veces sin que su mano derecha libere la empuñadora elfica de la
espada que cuelga de su cintura. Es un arma fina con pocos encantamientos pero
muy útil. Desde lejos parece una sombra que se mueve con la lluvia y está
cazando.
Pasa los montículos de piedra que parecen ser el muro
exterior que está reducido a una simple tumba.
Sus sentidos no capturan otra cosa que no sea el intenso
diluvio. Hasta el tacto está asqueado de tanta agua; más se acerca a un posible
encuentro, así que el deber gobierna sobre el instinto. Las probabilidades de
que la presa tome refugio aquí son bastante altas, considerando que el pueblo
más cercano está a días y un par de horas de viaje. Haciendo cálculos del
humanoide promedio y la hora en que se le asignó la misión, debe estar en estas
mismas ruinas. No será necesario usar fuerza bruta pero está precavida en caso
de tener que usarla aunque no podrá dejar marcas obvias. Es un objetivo
delicado.
Los muros de piedra y caliza antes fueron orgullosos protectores.
Ahora son meros adornos al escenario de cualquier pintor con talento. Desechos
a pedazos como si le arrancaras un pedazo a un pan dulce. Ventanas sin
cristales y arcos sin puertas. Muy buen sitio para una emboscada, por cierto. Lo
nota nuestra mercenaria y se concentra todavía más. Sus enemigos predilectos le
han enseñado muchísimos trucos y va a aplicar semejante conocimiento en sus
propias habilidades. Está dispuesta a caminar una milla en los zapatos (o
pezuñas, garras, tentáculos, patas) para aprender todo lo que debe para cazarle
más efectivamente. Son habilidades aprendidas que se desarrollan con el trabajo
duro, porque el trabajo duro siempre va a superar al talento.
Da rodeos por el perímetro imaginario que estableció
alrededor del fuerte viejo. Sus ojos de
color rojo intenso buscan otra vez pisadas o alguna marca de su presa. Y por
fin da con ellas. Se aproxima con sumo cuidado, levantando el pie para dar
pisadas pronosticadas e inclina su espalda hacia adelante unos pocos grados, la
mano diestra aprieta aún más su hoja ligera.
Las huellas son pequeñas y recientes. Apenas las está
borrando el diluvio.
Confirma sus sospechas en pocos segundos: se escucha el
lloriqueo de su víctima a través del grueso muro con hoyos. Sin pensárselo dos
veces pega su espalda a la pared y traza un plan sencillo: hacer una
distracción y entrar por alguno de los huecos.
La mano izquierda se desliza entre sus ropajes y toma un
pedazo de papel seco. Lo arruga muy despacio y antes de que se moje por
completo lo arroja y al mismo tiempo chasquea los dedos. Sus pequeñísimos
poderes demoniacos hacen que la hoja hecha bola se prenda en llamas. Y entonces
por primera vez en todo el escrito afloja su mano derecha sólo para apretar de
nuevo contra una piedra sobresaliente. En menos de seis segundos trepa el muro
de quince pies de alto y en ese mismo momento pega un brinco heroico.
Aterriza sobre su presa y enseguida le rodea con el brazo
derecho. La víctima chilla y maúlla a todo lo que le permiten sus pulmones. Es
un gato doméstico muy grande, casi quince kilos. Tiene un nombre raro. El
origen del animal es incierto: posible mezcla de gato casero con leopardo del
oriente. Lo anormal es que esta especie de felino prefiere quedarse en el calor
del hogar y no salir a cazar presas. Lo toma con la mano izquierda y trata de
no apretarlo mucho. Pero el minino, terco y feroz, continúa sacudiéndose como
pez fuera del agua. La mercenaria se harta y con un movimiento brusco de cabeza
se deshace de la capucha, descubriendo su rostro, enseña los colmillos, abre
los ojos con chispas llameantes y chilla como demonio salido del averno mismo.
Sólo entonces el único sonido que le toma todos los sentidos
otra vez es la lluvia.
El animalito se ha asustado. Tanto que no objeta cuando la
dama lo introduce en una bolsa de cuero con hoyitos.
Y entonces la demoniza emprende el camino de vuelta. Y lo
primero que va a cobrar es una tina de agua caliente para bañarse.
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Eh, algo diferente: fantasía heroica con un grado de estupidez. En parte me inspiré por este arte de 8-bits.