lunes, 23 de junio de 2014

Azar: Hellblazer



La luz solar se cola por la ventana de la escalera que da al tercer piso. Le pega de lleno en su espalda y cabeza. El edificio es viejo y está cayéndose a trozos. Es un departamento típico en una ciudad típica con demonios típicos. Nada fuera de rutina. 

El momento más incómodo es cuando le salpica la sangre en su traje y debe tirarlo. ¿Has tratado de limpiar sangre de demonio de una prenda? Es imposible. Ni los mejores remedios caseros pueden borrar la mancha. 

Agua fría con glicerina y luego vinagre. No sirve.

Sal y ablandador de carnes para aplicar agua fría. No sirve.

Mucha agua fría y saturar con alcohol para lavar en agua caliente. No sirve.

Cualquier remedio que le recomiendes será inútil. Los ha probado todos y perdía más tiempo y dinero en tratar de limpiarlo que comprar uno nuevo. Incluso los productos químicos caros y novedosos con tontos comerciales no funcionaron. 

Entonces todo se vuelve tenso y se ve obligada a arrojar el cigarro a medio consumir hacia adelante. Murmura palabras demoniacas y mientras el pitillo gira en el aire hacia adelante las llamas se elevan hacia el techo y estalla como una bomba molotov casera. Antes de que las flamas le alcancen ya se echó a correr por la escalera hacia las plantas superiores y sus tacones le impiden ir a la velocidad óptima así que mientras sigue moviéndose levanta de más los pies y los zapatos salen volando para ser devorados por una lengua ajena a esta mortalidad humana. Pareciera que todo el inmueble retumba con cada paso acelerado que da.

Lo que sucede es sencillo: un demonio que estaba escondido comenzó a cargar energía de forma disimulada y discreta. Usó una magia muy poderosa para ocultar todo de los sentidos de la mujer en traje. Ese conjuro exageradamente fuerte y prohibido le arrancó toda la vida al maligno y le concedió un último deseo: la oportunidad de vengarse. Pero he ahí la gracia; oportunidad, no hecho. Cuando se hacen tratos con demonios más fuertes que uno se debe saber que siempre saldrás perdiendo. Siempre, sin excepción. Por muy listo que te creas y hayas pensado alguna especie de gambito elaborado que se va apilando con los gambitos planeados por el demonio mayor, saldrás perdiendo. No hay vuelta de hoja ni vida. Es imposible ganarle a uno de ellos. Y sin embargo los demonios más jóvenes siguen creyendo que podrán ser más listos que los demás.

Las escaleras comienzan a derrumbarse desde la planta más baja y la fémina sigue ascendiendo cada vez más alto. Saltar por la ventana sería sencillo (costillas rotas y maquillaje arruinado) pero el conjuro inicial fue hecho para seguirla y devorar todo a su paso en fuego del infierno. Si llega a dar con algún inocente toda su carrera de ángel habrá terminado. Ha cometido demasiados pecados y errores y no se puede dar el lujo de uno más. 

Una pena que le arrancaron las alas a modo de castigo.

Sus músculos duelen y sus pechos se elevan y bajan a ritmo acelerado. Los pulmones tratan de abastecer de oxígeno a su cuerpo para que siga funcionando pero el aire caliente comienza a molestarle. El fuego del abismo mismo arde en los cimientos de la construcción. 

Por fin llega a la azotea y todo está envuelto en las horribles tinieblas del averno. La temperatura sube más alto de lo que ella corrió y respira exhausta. Cada bocanada le regala quemaduras por el interior de su cuerpo. Se sube la manga del brazo izquierdo, se cubre la boca y su torpe esfuerzo no le sirve para apaciguar los daños. 

El cielo claro contrasta con la obra en llamas. No hay salvación ya. 

Sus pies descalzos le duelen muchísimo y comprende que el destino ha llegado. Suspira, se abraza a sí misma y se deja caer sobre sus piernas. Entonces abre sus brazos para aceptar el premio del cielo mientras el fuego le devora el lujoso traje con la mancha de demonio y luego le engulle la piel. Le arde el cabello, sus pestañas y cejas. Incluso el corazón está caliente. 

No suelta un solo quejido vocal.

La ciudad permanece impasible ante una vivienda que de forma mágica y misteriosa se encendió para dejar marca en ella. Cada quien sigue sus labores del diario vivir: ser consumidos por el sistema económico y moral que rige las vidas de cada uno de nosotros. Ideales tontos, servicios de mala calidad, hipocresía por todos lados y una enorme carente de espiritualidad. Hace trescientos años el mundo no estaría así. El problema fue (en parte) el acelerado crecimiento de la tecnología y (en parte también) la ignorancia humana. Cada día más torpes y absorbidos por colores, puntuaciones y redes sociales que poco dejan de bueno. Son herramientas mal utilizadas. 

El tiempo pasa y ella no es más que una antorcha en un infierno. 

Cuando todo por fin termina logra abrir sus ojos. Escucha el pitido de alguna máquina y rueda sus ojos. Está cubierta de vendas y todo su cuerpo está muy caliente. Recostada en una cama de hospital adivina. Una sábana le tapa con sumo cuidado y sus signos vitales están siendo vigilados. Ha sobrevivido y sólo Dios sabe cómo.

Pasan los días y la soledad la ahoga. Sólo los médicos y enfermeras le visitan. Le hacen preguntas de cómo logró sobrevivir a eso. Y es que la encontraron en los cimientos del derrumbado edificio y desparramada encima de lo que alguna vez fue la azotea. No se explican cómo un cuerpo humano logró mantenerse en forma con las vigas achicharradas. La policía también la molesta con preguntas acerca del responsable o cualquier pieza de información que les pueda ser útil. 

Después de dos semanas lo comprende. 

Es una prueba cruel para ver cómo se repondrá a esto. Bien pudo haber recibido la bendición eterna pero todas las manchas en su historial hicieron dudar a Dios; y Dios nunca duda. Entonces le está dando la segunda oportunidad (condena) de recibir su merecido. Tendrá que probarse a sí misma y al resto de la creación de lo que es capaz. Aunque al final sea un objetivo egoísta: salvarse a sí misma, conlleva muchas tareas altruistas y compasivas. Llevará a almas a la luz y castigará a los malhechores.

Un mes después ya le crece el cabello. Ahora es rojo. Era rubio. Su pálida piel se ha bronceado y no quedan marcas de que alguna vez fue incinerada viva. Los médicos nuevamente la acosan con preguntas e inquietantes que no podrán resolver en esta vida. Bueno, quizá uno de ellos, que va por mal camino y los demonios entonces le propondrán tratos para saciar su sed de conocimiento en el extenso campo de medicina. No es una mala persona pero sus métodos para descubrir las curaciones a todos los males existentes son poco éticas. Al final hasta el más santo cae. Sólo queda volver a Dios y pedirle perdón.

Su cuerpo del que tanto se enorgullece se volvió más voluptuoso, como agregándole dificultad a la tarea para hacerla más lasciva. Pero no por nada usa traje. Los trajes ocultan muy bien sus cualidades físicas y le dan una presentación única. Posiblemente compre sacos más holgados. Lo único que no se salvó fue su ojo derecho. Y maldice enormemente por eso: perderá parte de la profundidad en su andar. Tendrá que guiarse por sombras, perspectivas y tamaños. Eso también le añade un punto ciego para cuando deba combatir. Su coordinación no será problema después de un arduo entrenamiento.

Al final mandó comprar un traje gris con detalles rosas y se acomodó el cabello sobre su lado derecho del rostro. Parece un personaje salido de una película de ciencia ficción: la larga cabellera tiene un apartado por en medio y del lado izquierdo toda la melena se oculta tras la oreja; del otro lado no se le ve más que la mitad de la nariz. El cuerpo perfecto y cubierto por las prendas. Sólo le falta suspirar y abandonar la habitación en la que la dieron de alta. 

Han pasado tres meses y se ha perdido muchos exorcismos y demonios convictos. Tocan días muy pesados para ponerse al corriente como la mejor cazadora de los tiempos contemporáneos. Al final contonean las caderas y sale en busca de su primer trabajo después de la rehabilitación. 


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Es más para evitar perder la costumbre que otra cosa. Dos veces por mes es muy poco. La calidad desciende a un ritmo alarmante. 

martes, 3 de junio de 2014

Ejercicio: Glimmer



Metió la llave en la cerradura y la giró.

Después procedió a jalar con todo y llave para abrir la puerta. Es entonces que cambia el tiempo y mira sus pertenencias que siguen en donde las dejó el día de ayer. ¿Por qué habrían de desaparecer? Bueno, quizá porque está un poco loca y tiene enemigos. Su forma tan directa y honesta de ser le ha dado problemas ya tres veces. Se le ha puesto uno a uno a su supervisor y éste quería suspenderle sólo porque no comprende la magnitud de sus ideas. Es tonto ese supervisor. No se lo ha dicho en la cara pero es muy tonto. Sólo se dedica a exigir y gritar y le pagan por eso. Tiene ciertas cualidades, sí, pero son opacadas por su falta de sentido práctico.

Mira hacia su derecha y luego hacia su izquierda. Se siente demasiado fuera de lugar. Todos los demás casilleros poseen teclado electrónico que con claves numéricas protegen los más oscuros secretos (o pertenencias) de todos por igual. Además de que piden tu huella digital. Y ella sin pedir permiso arrancó la puerta y colocó una placa de metal con bisagras, una saliente cruda para poder meter el candado, el candado y una placa hecha a mano con su nombre. No es muy bonito pero cumple su función. Y así espanta a todos con su mal sentido estético. 

Los largos pasillos se extienden por todo el piso y se le vienen ideas estúpidas para hacer un efecto dominó con todos los casilleros alineados. Un espectáculo digno de verse, como un tren a vapor derramarse por un acantilado, pero no puede darse el lujo de verlo. Tampoco comprende porqué a nadie le gusta llegar a tiempo. Faltan diez minutos y sólo está el guardia autómata que nunca abandona su puesto. A veces le saluda con un sencillo “buenos días” y a veces le da un empujón coqueto. Pero el silencio es su única respuesta. Comienza a creer que mientras no suene una alarma a ese autómata le saldrán raíces (aunque es imposible sino hasta dentro de cinco años). 

Cierra los ojos y se cruza de brazos. Apoya su espalda en su automóvil modificado y estacionado en el exterior. Es un modelo viejo restaurado con tecnología moderna: nuevo motor, mejores ejes y ruedas de polímero resistente. Lo único antiguo son sus asientos y la carcasa. El equipo de sonido tenía pensado dejarlo pero se escuchaba espantoso. El transductor electroacústico utilizado para la reproducción de sonido estaba demasiado viejo. En lugar de música era una competencia de karaoke de treinta autómatas borrachos. 

Además de que no existen señales de radio. 

Ella no es muy alta pero tampoco es bajita. Se siente a gusto con su propia altura. Sus curvas son notorias a pesar de que se alimenta a como se le antoje. De repente tiene unos kilitos de más y hace ejercicio a períodos para luego aburrirse y volver a subir esos kilos. Es un círculo vicioso muy irritante. Su cabello es castaño oscuro y tiene un mechón escarlata por encima de su oreja derecha y cae con el resto de melena hasta la nuca. Como es una simple y vil chofer (según ha escuchado por ahí) la presentación es lo de menos. Así da apariencia más ruda y los vendedores que reciben el producto no se dignan a hacer reclamos. Y es que los reclamos sólo se pueden hacer cuando se entrega la carga (es una empresa sucia, muy sucia). La tez ligeramente quemada por el sol y sus ciertas exposiciones a flamazos de motor y de aparatos de gas. El gas ya no se usa porque es estúpidamente peligroso. De uniforme pantalones oscuros de tela de foca sintética y una blusa sin mangas del mismo material. Resulta un uniforme fresco por su tecnología y porque proviene de animales sintéticos. Los hombros anchos muestran dos cicatrices del lado izquierdo. No recuerda cómo se las hizo pero son un par de medias lunas que surgen de su antebrazo hacia el cielo. 

Extraña el tabaco. Alguna vez lo probó cuando menor pero ahora es ilegal. 

Aprieta sus dos labios y el timbre resuena en todo el edificio. Ya son las siete de la mañana. Es entonces que como por acto de magia todos sus compañeros llegan uno a uno, haciendo fila. Como ella se desespera en las filas prefiere llegar quince minutos antes, más cómodo. Baja un tanto los párpados, pensativa. ¿Qué no llega hoy el chico nuevo? El anterior se jubiló. Era un anciano sencillo que ya casi no oía bien y era muy hablador. Pésima combinación. 

Suspira y se reincorpora. 

Abandona el edificio de cristal, avanza hacia el estacionamiento de los camiones de carga y mira al palurdo más alfeñique que jamás conocerá en su vida (que cree él mismo que está destinado a grandes cosas). Su cara de nobleza es completamente ridícula, su complexión física es regular. Más alto que ella y porta el mismo uniforme pero con mangas. Una barba de varios días, ojeras diminutas y cabello castaño oscuro, como el de ella, peinado hacia atrás. Lleva su gafete de identificación debajo de su hombro derecho y tiene cara de idiota perdido (en la foto que aparece en su credencial y en vida real). 

-A juzgar por tu primera impresión, eres mi compañero.

Le dice ella nomás llegando a su lado. Él parpadea y la mira, curioso. 

-Te dije buenos días.

Gruñe la chica un poco irritada. ¿Es que tan noble es que no pretende defenderse? 

-Buenos días.

Responde el muchacho y su voz le rompe la realidad. Es una fonética muy grave y sensual. Le sorprende bastante que alguien con esa apariencia pueda tener voz de roquero de la mala vida. Incluso ahora se pregunta si el muchacho no tiene una banda clandestina que toque en bares de mala muerte. Le contempla fijamente, curiosa por esos ojos cafés. ¿Qué podrá sacarle con sólo mirar? 

Que está nervioso por su primer día de trabajo, que no sale de su espasmo de tonto y que no se siente intimidado.

Ella entonces alarga el cuello y se acerca peligrosamente. Entrecierra los ojos y el hombre permanece inmóvil. Incluso parpadea, curioso, como sabiendo que está siendo inspeccionado para ser evaluado como útil o inútil. Y eso es lo que pasa. Algo tiene él que le agrada, como un aura de autenticidad que ninguno de sus demás compañeros tiene. Sabe que van a ser buenos amigos y que de ahí no va a pasar. Si quiere enamorarse ella, tendrá que ser por conocer a la persona y no por la primera impresión. 

Él también sabe que serán grandes amigos.

El vasto cielo azulado se abre por encima de toda esta realidad y algunas nubes se atreven a romper la monotonía. 

-¿Listo para tu primer día de trabajo aquí?

-Más que listo.

Ella bufa con una sonrisa y le da un empujón para que se acerque a las cabinas de trabajo. Ahí recibirán las órdenes y las prioridades de entrega. El chico sólo se deja guiar.Y así comienza un largo camino al futuro que jamás conoceremos.

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Una especie de precuela de esto. Inspirado en este ejercicio. Pretendo que sea una lista larga de cuentos del mismo tema o si se da, una novela corta.

domingo, 1 de junio de 2014

Azar: Ohmwrecker

No temo a la muerte. Haleen hizo bien en educarme para respetarla, para confortarla. Es una fuerza que va más allá de los dioses y es natural. Con cierta suerte, riqueza y mucha fe es posible hacerla a un lado. Temo más al final del camino, a la nada. Temo más fallar y dejar caer todo lo que he levantado en casi mes y medio. He soportado castigos desmesurados y he salvado a mis compañeros incontables veces. He sigo devorado por un pudín de ácido y un cocodrilo gargantil. He sido aplastado por un remedo de dragón. He asesinado a dos niños a sangre fría para evitar que los despellejaran vivos y los colgaran como murciélagos. He sido abandonado por la población del fuerte que intento proteger y me he ganado su cariño nuevamente. Han muerto soldados a mi lado y a lo largo de mi vida he cometido atroces crímenes en nombre del bien mayor.

Pero todo esto se va al demonio cuando el rey escamado me atraviesa la parte superior de mi hombro derecho con su espada. La hoja ancha y tosca entonces es retirada con brutalidad y me arranca jirones de esperanza y piel. Aprieto mi mano izquierda y me recuerdo que debo levantar el escudo más rápido. Pega muy veloz y duro. Mi postura usual de tener las piernas ligeramente dobladas para poder anticipar movimientos y lanzarme hacia adelante no me va a servir. Su forma de estirarse es similar a la mía: extender los brazos y apoyarse en un solo pie para aumentar el rango de ataque. Mi manera es más profesional y cuidadosa, no me expongo de más, a diferencia de él. Quizá abuse de eso.

El segundo ataque también me entra de lleno.

Su cuerpo es tan robusto como el mío y enormes picos le salen en la parte superior de la mandíbula y se alargan hasta la cola. El penacho con plumas de todos colores me entorpece la atención: es muy llamativo, aunque no lo suficiente para distraerme. Lleva una armadura de un tono azul claro y sólo le protege el pecho. Es un peto cualquiera. Lo que más me molesta no es su forma de ser ni su estúpido acento, son sus anchos músculos y sus constantes siseos cada vez que arremete contra mí. A pesar de que mueve el aire de afuera hacia el interior de su boca esto no me sirve para reaccionar. Es demasiado ágil para mí.

Sólo me ha pegado dos veces. ¡Así que es mi turno! El cuero de mis guantes cruje y agrieto mi cara invisible. Una estocada fuerte y certera es lo que le entrego por regalo. La punta la lanza corta que arrebaté a un cuerpo enemigo se entierra en su pecho. Lo que intento es deshacerme de su vigor y él lo resiste. No logro atravesarle la piel para perforarle un pulmón. Yo sólo agredo una vez, mis movimientos son más certeros y concentrados.

Antes de que alcance a asaltarme de nuevo tenso mis piernas y el resto de mi cuerpo. Esto me ayudará a soportar mayor castigo y a mejorar mis reacciones a sus ataques. Y aun así me alcanza otra vez con la misma facilidad y ferocidad. Pero no grito. No dejaré que entienda que tengo miedo. Porque tengo mucho miedo. Mi destino no es el problema después de todo. Es el de toda la gente que está a mi espalda. Han hecho enormes sacrificios y no es justo que una persona que se cree héroe mande todo eso al demonio al perecer ante un humanoide reptil. Se han perdido vidas en el nombre del deber y la gloria.

Pero me alegro de que no sea mi compañera Solara quien esté en mi posición. Conociéndola ya estarían las cosas más negra que su piel. Además de que ella es más indispensable que yo para el resto del grupo. Sólo soy una gran pared de lo que creen que es piel de constructo. Un monstruo sin rostro.

Otra vez cruje el cuero de mi guante y le obsequio una segunda estocada, menos potente que la anterior. También le entra de lleno. Es un intercambio muy poco justo pero estoy obligado a trabajar con lo que tengo. La danza continúa y responde a mis débiles intentos de asesinato.

Agradezco al cielo que la máscara cubra mis ojos cerrados por el dolor. El ritmo de sus embestidas no disminuye y tampoco la fuerza de las mismas. Me veo obligado a pensar diferente. Primero doy un paso cauteloso hacia atrás y luego otro para terminar alejándome más de diez metros. Aquí es cuando tomo una posición más segura y creo que voy a alcanzarlo con mi lanza corta cuando se aproxime. Aflojo las piernas y bajo el escudo, cambiando mi postura a una menos defensiva.

El rey sólo bufa y se mueve en línea recta hacia mi derecha. Se mantiene a decenas de pasos de mí, calculando el alcance de mi arma. Son seis segundos de ventaja y vaya que los uso bien: mi brazo izquierdo traza un arco en el aire que  comienza en dirección a mi espalda y termina a la altura de mis caderas hacia adelante y mi escudo sale disparado contra su torso. Golpea ruidosamente sus escamas y regresa a mi mano izquierda. Todo sucede rápido y es entonces que juzga bien. Se aproxima tres pasos y copia la danza para alcanzarme sin problemas. 

El cielo claro nos rodea. Los ruidos de batalla se pierden entre sus trescientos soldados y el bosque. El fuerte entero mira mis torpes movimientos y la lucha encarnizada y sanguinaria. Me ha abierto más tajos que yo a él. De verdad tengo miedo. Si fallo todo esto habrá sido en vano y perderé la posibilidad de encontrar a Haleen. Para esto último ya me he preparado varias veces pero no es igual vivirlo.

Dos sablazos suyos conectan. Mi ataque en respuesta falla miserablemente.

Aun así no me rindo y suspiro. Recupero porte, mis maniobras. Por seis segundos todo parece normal e ignoro el dolor. Sólo giro mi lanza entre mis dedos para volver al juego y seguir canalizando mi miedo y poder de la manera apropiada. Los ataques vuelven y ahora tengo un poco más de facilidad para esquivarlos. Sus primeros impactos fueron demasiado violentos y sorpresivos. No cometo el error de ponerme agresivo. Mantengo una distancia razonable y me doy cuenta que medio minuto ha pasado. Estoy en las fronteras de la vida. Ésta me pende de un hilo de sangre y sé que el próximo pinchazo que se digne a tocarme me aniquilará por completo. He usado mi instinto y mis conocimientos de anatomía para reducir el poder de su ofensiva y aun así ha sido difícil.

Todo se resume en mi siguiente interpretación. Más no puedo dar.

Le entrego mi vida con un lanzazo y ésta atraviesa por fin su abdomen y escucho como se abre su carne y cómo se derraman varios órganos hacia atrás. Los siseos paran y su cuerpo deja de sacudirse. La espada cae de sus manos y besa el suelo. El resto del cuerpo le imita. Sin mucha ceremonia arranco mi arma del muerto y levanto un poquito el rostro a modo de presunción.

Vuelvo a ser el mismo de hace unos minutos.

Solara se acerca al visir y deja en claro que he vencido. Éste refunfuña y con un gesto de su mano retira a los trescientos soldados lagartija. No dicen palabra alguna y entonces cuando se han retirado me dejo caer de rodillas sobre mi propio charco de sangre. Esta salpica y salta hacia afuera.

La elfa oscura se para enfrente mío y suelto mi escudo y lanza, le tomo las manos y la jalo a mí. Se sienta frente y le rodeo con mis brazos.

Estoy temblando.

Ignoro el vitoreo de la gente y el clamor de mi nombre. Incluso mis compañeros gritan llenos de júbilo y yo me siento asqueroso ignorándolos. La distancia me permite temblar a gusto y no suelto a la paladina. Mi respiración se vuelve errática y mis espasmos no se reducen. Ella les grita desde lejos que comience la celebración, que en un momento nos alcanzamos.

Con las piernas entumidas me pongo de pie, la tomo de los brazos y la levanto junto a mí. Nos adentramos al bosque unos metros. El ruido de los animales salvajes no es nada. Después de haber sobrevivido a un terrible combatiente como este, estoy seguro que puedo vencer a cualquier animal salvaje que me presente la madre Naturaleza.

La máscara me la levanta Solara gentilmente y me mira a los ojos.

-¿Estás bien?

No atino a responder con sarcasmo. Sólo respondo con una negativa simple. Y bajo yo mismo la máscara. No quiero que vea las dos lágrimas que salen de mis ojos. Y la vuelvo a abrazar igual de fuerte que antes. Ella susurra cosas dulces y que todo ha pasado. Me felicita por mis esfuerzos y mi resistencia.

Soy un niñito asustado. Y como tal, hago una petición estúpida.

-Quiero pastel.

Solara parpadea, curiosa y después sonríe.

-Tendrás tu pastel.

A eso le siguen palabras tontas e idiotas que un héroe no debe hacer. Bromeo con nuestra relación y mi futura recompensa. En realidad estoy demasiado tocado de la cabeza para ser coherente en estos momentos tan críticos. Por poco y me parto a la mitad. Puedo apostarle al cielo que una aberración terrible que rasgara el cielo en treinta pedazos sería más tolerable.

Posa sus manos en mi máscara y comienza con sus habilidades sobrenaturales de curación. Por muy extraño que sea, el hecho de que toque mi armadura le permite curar mi cuerpo. Las heridas cierran y mi respiración vuelve a la normalidad. Deberé agradecer a la Dama Roja por brindarle esos poderes a una paladina elfa oscura.

Los minutos me consumen y otra vez soy yo. El chispazo que tuve momentos antes fue solamente para no romper el acto de guerrero imbatible.

De pie de nuevo y caminamos despacio al fuerte a celebrar la victoria del día.

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Resumen de una partida de D&D donde me tocó hacer 1v1 contra un boss dos niveles más arriba. Hice un escándalo por los números exagerados pero no fue tanto al final. Casi muero.