Camina despacio y con la mano derecha apretando el pomo de
su espada corta que cuelga de la cintura. Sus pasos no son torpes sino muy
decididos y firmes. El brazo izquierdo lo utiliza para balancearse en el
empinado camino hacia la torre de sangre. Camina entre las docenas y docenas de
casas que rodean la alta edificación, cada una más lúgubre y abandonada que la
anterior. Han pasado muchísimos años desde que un alma se atrevió a morar en
estas residencias.
La distante atalaya se alza imponente y majestuosa, haciendo
creer a nuestro cazador que él es más pequeño de lo que es en realidad. Posee salientes y extensiones
a modo de cuernos, luciéndose a sí misma como una construcción hecha de
pesadillas. Y por estos cuernos se derrama un líquido de color escarlata que
rodea el perímetro de la torre y cae por la vereda. El caminante salpica su
calzado con dicho líquido por su misión. Se le encomendó que hiciese frente a
la maldición y a los monstruos que ahora habitan la torre. Son una molestia,
una plaga a las apacibles vidas que tenían antes de que el cielo se enfureciera
y los condenara a todos. Nadie, ni siquiera los sabios, se explican cómo llegó
a suceder semejante hecho contra toda lógica y fe.
Esta maldición la conoce de primera mano.
El cielo se está oscureciendo poquito a poquito. El viaje
fue largo y arduo detrás de las montañas. Ni estas barreras naturales les han
protegido del todo contra las terribles amenazas del cielo que los condenó. Los
engendros atraviesan el terreno como ángeles que arrasan todo a su paso:
fantasmas, vampiros, quimeras, abominaciones de otros planos. Es toda una
conglomeración de deformidades prodigiosas que cumplen con su trabajo: castigar
los pecados.
Después de un largo rato de contemplar el arco sin puerta
que lo invita a pasar, el cazador se anima a refugiarse dentro de la torre. El aire es pesado y la torre, antiguo hogar de
nobles y reyes, está destrozada por dentro. Los tapices desgarrados, cuadros
volteados, olores nauseabundos, muebles partidos por la mitad y varios
cadáveres esparcidos adoran el lugar.
Es un sitio vil.
Está armado sólo con sus habilidades, su coraje y su espada
corta. Proviene de una larga tradición de espadachines que luchan como tronos
escarlatas. A menudo improvisa en sus combates y le va bien. Es como si tuviera
buena suerte.
Un eco interrumpe sus apreciaciones a las artes y llama su
atención. Es un eco que proviene de los niveles superiores. Sabiendo que tarde
o temprano deberá enfrentarse a los horrores que le están dando la bienvenida,
logra superar su timidez y se dirige a una escalera de caracol que se encuentra
en el corazón de la edificación.
Pasan minutos de calma que no rompen su concentración y sólo
afinan sus sentidos. Escucha perfectamente su propio corazón y su tacto le da
para palpar la alfombra sucia del piso, las ventanas rotas y las puertas cerradas.
Y la calma se interrumpe con una horripilante visión: un cuerpo mutilado y
cosido a la vez. Rostro sin vida, músculos visibles y cientos de hilos de
costura que sostienen al cuerpo para que no se abra por la mitad. Reconoce la
nariz de su hermano menor ahí incrustada en la cara muerta. Sólo lo cubre un
taparrabos, posiblemente más por morbo y costumbre que respeto. Huesos salidos
y miembros desproporcionados son los toques finales de esta abominación.
-¿Leonardo?
Se atreve a musitar el espadachín mientras desenfunda con
rapidez su hoja. Pero la única respuesta es un gemido doloroso, suplicando ser
eliminado para dejar de sufrir. El gemido se reproduce tres veces antes de
convertirse en un chillido de odio hacia el único ser vivo a kilómetros de
radio. Y al final el chillido termina convirtiéndose en un silbido de cómo el
acero rasga el aire en dos: el rostro sufre el mismo destino. El último sonido
por un minuto y medio es el choque del pesado cuerpo que se desploma en el
tapete arrugado.El hermano mayor se niega a llorar, aprieta sus dientes y
comprende la magnitud de la maldición. Ahora entiende más que nunca porque él
es el indicado para resolver este problema tan particular. Aún sin derramar sus
sentimientos acelera el paso y se libera de varias amenazas más: una piel
humana desocupada que se agita como serpiente, su hermana menor; una figura
humanoide embalsamada por medio del antiguo arte nigromántico, su padre; una
persona alta, demacrada y negra como el carbón que parpadea en una llama
azulada, su hermana mayor; un cadáver helado tan frío que el hielo se escarcha,
que arrastra sus pies hacia el calor de la vida, su madre.
Todos y cada uno de ellos caen por la destreza e
inteligencia del espadachín que sigue sin liberar sus pesares; los tiene muy
bien sujetos por el cuello y arrugar el rostro le ayuda muchísimo. Se llena de
tanta ira que incluso uno podría pensar que en realidad él es la fuente de la
maldición. Cada uno de sus familiares fue destajado con menos gracia y respeto
que el anterior. Trató de razonar con ellos y sólo sufrió mordidas, embestidas
y manotazos.
Está herido.
Su respiración se acelera y sus heridas palpitan. No fueron
luchas sencillas, sobre todo cuando el inconsciente te impide lastimar a
quienes tanto has amado por muchísimos años. Por mucho temple y costumbre que
tiene al combate le costó mucho no limitar sus estocadas y tajos. Cada vez que
partía a uno de ellos por la mitad se desgarraba el alma a sí mismo. Sólo le
queda un hilito de espíritu que se sujeta firmemente de la hoja sin funda.
Camina despacio y con la mano derecha apretando el pomo de
su espada ansiosa que se levanta por encima de su cintura. De alguna forma sabe
que este castigo se lo tenían merecidos todos y cada uno de ellos. Pecaron de
una forma u otra y fueron elegidos para mandar un mensaje de arrepentimiento al
resto de la humanidad. El problema es que el ser humano es débil: todo el
poblado prefirió huir que corregir sus métodos y procesos de vida. Empezando
por él, quien fue el primero en abandonar su morada y que hoy mismo vuelve para
enmendar su error.
Es su familia.
Muy tarde para salvarlos a ellos pero aún está a tiempo de evitar
que la condena siga propagándose como una peste mortal.
-¿Por qué no te nos unes?
La voz quebrada y vacía de su esposa le reprimenda por
rebelarse bajo el negro firmamento. Ni una estrella se atreve a brillar. Los
dos están en la azotea de la enorme espiral de sangre que se eleva por encima
del suelo. Ha sido un viaje más corto después de que decidió no razonar con los
tíos, primos y abuelo; les atacó por la espalda para asegurar una pelea corta
ya que eran vampiros, criaturas mutadas de lobo y más muertos vivientes. El
gorgoteo de la sangre maldita que se deja llevar por la gravedad le invade
todos sus sentidos, incluso el gusto: el aire sabe a hierro.
Ella, la mujer con la que pretendía compartir el resto de
sus días, yace deformemente de pie. Clavos le atraviesan los ojos y en lugar de
lágrimas hiel negra se derrama por todo su cuerpo. Está envuelta en sábanas
ensangrentadas y sucias de mugre, de ácido. Parece una muñeca de trapo muy
maltratada. ¿Dónde quedó el ángel que todos los días le despertaba con un beso?
¿Dónde quedó el amor de su vida que le inspiró a ser mejor persona día a día? Ella
es la mujer por la que sonó la campana infinidad de días. Es ella la mujer por
la que abrió su corazón. Lo dijo muchísimas veces con orgullo y se lo dice una
vez más:
-Te amo.
El lloriqueo dulce y amargo de su mujer es lo que se escucha
ahora como respuesta. No chillidos, no amenazas del inframundo ni feroces mordidas.
Con mucho dolor el espadachín levanta su mano y con muchísimo pesar más logra separarle
la cabeza del cuerpo. El último aliento de su abominable esposa le indica que
mientras la sangre de ellos siga con vida, la maldición no se detendrá. Y el
esposo, horrorizado y sorprendido, comprende nuevamente la magnitud de su
condena.
Su linaje completo está endemoniado. Maldice de vuelta al
cielo y arroja su espada al piso. Ésta no se inmuta y no sufre daño alguno. Él,
en cambio, está destrozado y por fin deja escapar sus lágrimas y berridos.
Parece un infante perdido. Se desgarra la garganta con alaridos y gritos incontenibles
que de nada le ayudarán a resolver la situación. Se retuerce de dolor, de
coraje y de impotencia.
Pasan varios minutos para que dé con la solución a toda esta
blasfemia. Traga saliva, mira a su amada por última vez y entonces contempla la
enormidad del horizonte. Cobarde como sólo él puede ser, se aproxima a la
orilla de la azotea y mira hacia abajo. Es más sencillo dar un paso en falso
que mutilarse a uno mismo con su bendita hoja. La caída va a ser muy larga.
Tomar el coraje necesario le toma una hora. Salta sin mucha
ceremonia y cierra los ojos para no anticipar su final.
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Ejercicio de Strange and bizarre weird prompts. No hay mucho que decir más que el óxido es malo.