martes, 16 de junio de 2015

Ejercicio: Where do we begin

El susurro le llega a sus oídos y le obliga a levantar la cabeza. Sus dorados cabellos ondean con gracia y el paraíso se altera sólo un poquito. Es una oración poco usual. Es una oración que se le hace a los muertos pero la voz la dedica a una persona viva. Parpadea un par de veces y sus pestañas también ondean de una forma muy elegante. Sus tupidas cejas se arquean y su rostro muestra una mueca de curiosidad. La belleza es divina y fuera de nuestra lógica.

Los dioses no son curiosos. Los dioses lo saben todo. Pero ahora mismo no es así, no con ella.

Procede a aparecer frente al mortal que la llama. Así sin esfuerzo y sin problema con sus pensamientos distorsiona la realidad y todo se mueve de lugar para que ella no tenga que desplazarse ni un paso. Con su imponente figura y radiante hermosura detiene todo a su alrededor: el cantar de las aves, el viento murmurante y el río de sangre que emana de su mortal.

-Campeón mío. Veo que has obrado bien. ¿En qué te puedo servir?

Ella habla con dulzura y se inclina ligeramente hacia el cuerpo refugiado detrás de una montaña de cadáveres. La respiración agitada del héroe de guerra se acelera otro poco; ninguna palabra escapa de sus labios. La diosa adivina sus intenciones y acerca su mano derecha hacia el rostro ajeno para darle la bendición de continuar con su vida.

Adivina mal.

El herido le detiene la mano y después la baja. La diosa, incrédula, lo intenta de nuevo: tomar al héroe de guerra pero ahora con las dos manos. Y el terco humano vuelve a detenerla, ahora con más dificultad que antes. Levantar sus brazos le ha costado un esfuerzo enorme, como si cargara con las tres espadas más pesadas de todo el reino.

El ente celestial se reincorpora y posa sus puños sobre sus caderas en pose desafiante. Aprieta los labios y ladea la cabeza hacia la izquierda. ¿Por qué habría de llamarle uno de sus campeones favoritos? Él es quien ha purgado la superficie de muchos enemigos del inframundo. Él es quien ha movido masas a su favor y ha generado fama, milagros y ha unido nuevos seguidores a su causa justa y recta. Incluso le parece un caballero muy atractivo. Una pena que no sea un dios.

He aquí un secreto que nadie sabe: ser una deidad no es tan sencillo como la gente pudiera imaginar. Todos tus creyentes esperan que les resuelvas la vida a base de plegarias. Pocos son los que predican con el ejemplo, como el héroe aquí herido, y aún menos son los que llegan a la santidad. Estar escuchando oraciones repetitivas una y otra vez que piden dinero, buenas cosechas y el amor eterno llega a cansar (aunque valora más las oraciones altruistas). No accede a todas ellas, claro. Algunas son ridículas y están muy lejos del dogma que predica, pero no puede castigarles por ello. A esto sin sumarle la cantidad de conjuros mágicos, milagros y apariciones que debe cumplir de forma diaria. El tiempo que más disfruta es cuando la mayoría de la población está dormida: entre las dos de la mañana y las tres de la mañana. Ahí es cuando recuerda por qué llegó a la divinidad: para salvar a cuantos sea posible.

-Mi diosa.

Tose sangre el campeón maltrecho. Se cubre la boca y después baja la mirada, avergonzado de tener el rostro sucio con tanta sangre que se escapó de entre sus dedos. Normalmente su mano debería estar cubierta con un guantelete de metal pero este está destrozado por la mitad y sólo le cuelgan tiras de cuero. La otra mano está bien protegida. Su armadura de placas le ha protegido de la mayoría de los ataques más hay uno en particular que se deslizó con suma destreza entre sus protecciones y se clavó por en medio de dos de sus costillas. De hecho, la hoja de la lanza ahí está; el asta yace rota a unos metros de distancia. No la ha removido para detener la hemorragia y extender su vida un tiempo indeterminado. Sus cabellos salvajes ya no revolotean porque la diosa ha parado el tiempo a su alrededor. Su barba sin afeitar no va a crecer más.

Sólo ellos dos respiran.

-Le he llamado porque deseo morir en paz.

Esta es una petición inusual. Cuando desean suicidarse no acuden a ella: al contrario, buscan algún otro dios que no condene la debilidad y la cobardía. Es ella quien da los honores más altos a quienes muestran valor y osadía en el combate y el diario vivir. Es quien anima a la madre viuda a seguir luchando por sus criaturas. Es quien anima al enfermo a no sucumbir ante una enfermedad sin cura. Es quien posiblemente te anime a levantar el rostro cada día a pesar de las adversidades. ¿Entonces por qué?

-Verá, mi diosa.

Susurra el mortal y echa su cabeza hacia atrás después de escuchar el silencio. Le cuesta respirar. Traga más sangre suya y sólo entonces nota la mano de su diosa atravesando su pecho. No duele en lo absoluto y después una aguda angustia le agobia la tráquea. La diosa retira su mano sin dejar marcas de su intervención y entonces ya no le cuesta respirar al mortal. Duele pero ya puede inhalar y exhalar con tranquilidad.

-Sé que puede curar mis heridas. De eso no hay duda. Sólo pretendo morir con tranquilidad, sin sufrir más de ser posible.

La diosa dobla sus piernas para tocar el suelo con su elegante trasero y luego abraza sus rodillas sin quitarle los ojos de encima a tan interesante caballero. De esta forma parece una chiquilla a la que le están explicando una complicada lección de teología. Todo a su alrededor sigue brillando con alegría y pareciera que el campo de guerra no existe. Pareciera que no hay centenares de cadáveres de aliados y enemigos (incluso pareciera que todos están completos). Pareciera que el olor a pólvora y magia se disipó de forma natural. Pareciera que ÉL no es el único sobreviviente.

-¿Puedo saber al menos por qué?

Es entonces que el mortal cierra sus ojos y un par de lágrimas cristalinas escapan de su prisión.

-No puedo más.

Gime tristemente y comienza a relatar parte de su torcido pasado. Un pecador espantoso y terrible. Un monstruo más horripilante que los que se enfrentó hasta hoy en día. Tan cruel, tan despiadado, que incluso los más altos poderes malignos le ofrecieron convertirse en demonio. Y justo cuando iba a transformarse en la peor criatura jamás imaginada por la raza humana, se echó para atrás. Se dio cuenta que su alma ya no valía y que iba a pasar la eternidad atormentando inocentes. El repentino cambio de corazón sucedió cuando tuvo visiones en sus pesadillas: él se iba a atormentar y castigar a si mismo. Y lo iba a disfrutar.

Los árboles secos se mantienen congelados en el tiempo y los animales salvajes guardan silencio. El horizonte se extiende en un atardecer rojo y no hay ninguna nube en el cielo o el suelo. El sol comienza a esconderse dado que ya cumplió su rutina. La luna espera impaciente su turno. Las montañas a lo lejos desaparecen detrás de las máquinas de asedio rotas y destrozadas. Incluso las fortificaciones improvisadas han caído sin mucho pesar. Ahí, en medio de la escena digna de un poema, la diosa consuela con cariños al mortal. Su mano derecha se pasa una y otra vez por las mejillas ajenas, reconfortándolo, limpiándole de lágrimas. Esa historia de redención se la sabe muy bien ella. De hecho, fue una apuesta entre dioses para ver si realmente había cambiado. Y la perdió. Su campeón más renombrado y poderoso es él, de quien no esperaba nada. Más lo escucha con atención, curiosa. ¿Es posible entonces que los humanos puedan revertir su egoísmo impuesto por los otros dioses de la creación?

-Ya no puedo dormir. Sólo descanso cuando arrebato la vida a sus enemigos. Cuando les… arranco su último aliento es cuando puedo reposar. Y esa no es forma de vivir, ¿verdad?

La diosa asiente y lo comprende. Él ha tenido pesadillas que ni ella misma puede controlar. Son todos los errores de su pasado que lo atormentan y lo torturan, que lo linchan y lo acosan. Es él mismo quien se castiga sin piedad. Es una enorme nube negra que se arrastra por encima de la tierra que tanto protege y hace sagrada. Semejante poder sólo es posible por los pecados humanos. Ni siquiera los dioses de esta realidad son capaces de detener a quienes los crearon. Él sólo se debe creer capaz de la salvación eterna.

-¿Comprendes qué consecuencias tendrá esto?

Cuestiona la diosa.

-Comprendo. Hay mejores servidores que yo y ellos podrán seguir guiando a nuestra gente.

Responde el mortal ya más tranquilo. El dolor de su garganta ya no es tan molesto y la diosa le ha escuchado sin juzgarlo y sin ridiculizarlo por su supuesta cobardía. Y es que por un pequeño momento en el que el medio te domine, no puedes borrar todo lo que has levantado anteriormente. Templos, ejércitos, oraciones, grupos de ayuda, calidad de vida y muchas cosas. Incluso nadie de su gente se atravería decirle algo. Más él no quiere que se enteren de todo esto. ¿Qué pasaría si supieran que su más grande inspiración fue alguna vez precisamente contra lo que pelean hoy? Crueldad, maldad, egoísmo, depravación, perversión, vileza.

-De acuerdo. ¿Estás listo?

Cuestiona nuevamente la diosa.

El mortal asiente suavemente y la criatura divina se inclina sobre él. Besa la frente mortal con sus carnosos labios y aquél pobre hombre por fin da un último respiro de alivio. Su mano derecha posa sobre su pecho y una sonrisa que hizo su danza final jamás se va a borrar.

Descansa, caballero. Te has salvado.

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Ejercicio de Daily Story Seed.

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