lunes, 28 de marzo de 2016

Ejercicio: Healing

He intentado comunicarme con ellos pero no me es posible. Si hablo mis palabras se las lleva el viento, no salen de mi boca. Si les toco les atravieso y se sienten incómodos, les da frío. Claramente estoy muerta y estoy presenciando mi propio funeral. Soy una especie de espectro que no necesita del plano etéreo por el momento.  Suspiro. O más bien lo intento porque el viento también se lo lleva. Estoy rodeada de mis seres queridos que no saben que estoy aquí. Mi sol, mi mejor amiga, mis alumnos y varios compañeros de armas.

Es una ceremonia sencilla detrás de mi escuela. Hay tierra removida que es donde presumo que me depositaron y mi viejo casco de Pavel se encuentra montado sobre mi hacha a dos manos, la cual tiene media asta enterrada. El casco y la careta presentan las viejas heridas: varios rayones, una abolladura, pérdida de color y el penacho roído. Me quité la máscara hace tiempo y puse en mis planes encontrar un sustituto para el papel de vigilante pero nunca lo hice. Estaba más ocupada viviendo mi vida. Estaba más ocupada enseñando a mis alumnos, lidiando con la economía de mi pequeño pueblo y salvando al mundo. Eso último no es exageración. Ayudé a detener una invasión de los Antiguos. No me tocó estar en el campo de batalla pero moví recursos y tiempo para ayudar a mi mejor amiga a hacerle frente al heraldo del fin de los tiempos. Por más que me platica y detalla su verdadera forma –que vio con ayuda de un conjuro– no logro imaginarlo. Seguramente apenas verlo me daría una idea.

Curiosamente es un atardecer brillante, dulce. Poquitas nubes y el rojo baila en el horizonte.

Como nunca fui religiosa no hay un sacerdote que hable en voz alta. Adivino que cada uno de los presentes le reza a su propio dios por mi alma perdida, porque si no me han revivido es porque mi esencia está más allá de cualquier salvación. Quizá algún enemigo demasiado poderoso que arrancó mi espíritu de mis huesos y de mi carne. Otra cosa no es posible, a menos que se hayan robado mi alma y estén siendo pesimistas para despedirse de una vez y ver cuando me encuentran realmente. Digo, yo sé que mi luz no me abandonaría así por así. Algo grande pasó. Y no estoy para hacerle frente, es lo que más me molesta.

Es entonces que ella, arreglada con sencillez y con su armadura esplendorosa, da un paso hacia al frente. Todos ponen atención, especialmente yo. Primero murmura una oración cortita en el idioma de la Infraoscuridad y luego entona una canción que nunca antes había escuchado. Una canción que habla de despedirse de sus seres queridos y de las tareas y logros cumplidos en nuestras vidas. Realmente nunca la había escuchado cantar; la había escuchado tararear o entonar, pero nunca cantar. ¿Un talento secreto, prácticas a mi espalda, nunca le presté mi tiempo para algo tan simple?

Termina su melodía y el silencio reina de nuevo.

Ahora es el gnol que alza la voz. Platica de aquella vez cuando una trampa le arrancó el brazo y yo lo recuperé rompiéndole varios dedos. Con una amarga risa relata que yo misma lo golpee con su brazo a modo de burla y para indicarle que todo estaba bien, que el bienestar estaba a solo un hechizo. También relata de cuando se regaló al enemigo en una ocasión a pesar de mis protestas. Y de cómo lo devolvimos a la vida pidiéndole el favor a una alta sacerdotisa de piel de color ébano y religión de la araña. Y de las incontables veces en que lo empujé y jalé para evitar que el enemigo le hiciera daño. Incontables, incontables veces bajo el fulgor de la batalla. Hombro a hombro, los dos gritando al frente y levantando nuestras armas a dos manos.

No  hay mudez, hay sollozos de mis alumnos.

Mi mejor amiga levanta su voz, siempre tan celestial. Cuenta la primera vez que nos conocimos, cuando yo entré por una ventana a una iglesia a buscar refugio. De cómo me dejó fuera de combate de tres golpes y atribuye esa hazaña a los litros de sangre que me faltaban y las heridas abiertas con las que llegué a invadir propiedad ajena. Y que después de asearme y curarme, como entendió que algo estaba mal y que tenía que ayudarme. Omite detalles íntimos y la verdad de nuestra amistad puesta a prueba de fuego infernal. Relata sobre nuestro encuentro años después y de mi petición de ayuda para fundar una escuela de artes marciales. Mi mejor amiga se hizo mi mano derecha en el pueblo. Cuando yo no estaba, ella estaba al frente de todo.

El siseo del viento es interrumpido por las vocecitas de mis estudiantes.

Uno a uno platica momentos duros y regaños para después terminar en una valiosa lección sobre alguna técnica, alguna enseñanza o algún valor importante en sus vidas. Hablan sobre la disciplina y el espíritu. Pero sobre todo hablan de mi orgullo como luchadora, como guerrera. De mi tarea de protegerlos a todos. Esa ridícula idea mía de que podía explotar los límites de mi cuerpo mortal para torcer mi realidad y sacar a todos del peligro. Y tarea que hice muy bien la mayoría de las veces. Fallé en múltiples ocasiones, imposible negarlo, pero siempre aprendí algo nuevo. Aprendí para no repetir el error ya que perdí más de un compañero por equivocaciones.

Esa responsabilidad que yo sola me atribuí, que nadie me entregó. Estuve en los últimos momentos en vida del anterior Pavel. Él sólo me pidió que prometiera encontrar un sustituto, hacer la voz de que se necesitaba un héroe nuevo. Nunca me pidió que tomara su lugar, no de forma directa. Simplemente pude haber pasado el manto a alguien de confianza, a alguna iglesia cercana. Mas lo preferí tomar yo, quise vivir la última voluntad del hombre que se sacrificó por mí.  Esa noche todo cambió y dejé mi pasado atrás para convertirme en la máscara, en un héroe sin rostro. Cambié varias vidas para bien pero nunca las suficientes. Sólo fui una mujer terca y bocona con un cuerpo bendecido. Es por eso que abrir una escuela de artes marciales fue un plan a largo plazo y mucho más efectivo. Al final no podré ver sus frutos pero sé que con mi mejor amiga al frente, seguirá todo como se planeó.

Es entonces que mis pensamientos muertos se estallan en mil pedazos al escuchar las maldiciones de mi sol. Murmura para si mi nombre y lo maldice, preguntándome porqué la abandoné. Y ni siquiera yo misma sé porque pasó, porqué me di ese lujo de fallar. Unas lágrimas se escapan de su rostro y aprieta sus dientes con mucha fuerza, intentando no ahogarse en la pena y en la tristeza. Y si hay algo de lo que me arrepiento, es de no haberle contado todo. De no haberla sacado a bailar más seguido, de no haberle pedido que cantara para mí. De no haber derrumbado los muros de mi corazón de una forma más rápida. Le di la llave de todo mi ser más nunca la usó, siempre esperó a que yo abriera la puerta desde adentro. Esperó a que mi porte orgulloso y socarrón  se derritiera a su tiempo. Esperó a que yo aceptara los cambios por venir, a que yo aceptara a una persona más en mi destrozado ser. Las experiencias del pasado me dejaron con cicatrices horrendas y mi luz sólo quiso curarme, un paso a la vez.

Me arrepiento de hacerla llorar en este momento.

Cuando trato de hablar y de pedirle que me perdone, muy a pesar de saber que es inútil, todo se vuelve negro y me arrancan del plano Material. Caigo en la nada, jadeante y partida en dos, lo último que vi fueron los ojos de mi amada. Nos convertimos en polvo y me desvanezco, pierdo mi conciencia. Ahora somos dos extraños. Siento como el frío me invade y siento que estoy a merced de su destino.

Y el frío invade mi cuerpo mortal y abro mis ojos, sorprendida. El sol entra por la ventana y baña mi ser lleno de cicatrices y músculos tensos. La sábana yace en el piso y el colchón duro me mantiene por encima del nivel del piso. Mi amada medita a un lado mío con sus ojos cerrados y sus brazos rodeándome la cintura, su hombro izquierdo sobre el jergón. Yo le estoy dando la espalda y su rostro está apoyado debajo de mi nuca. Me cuesta varios segundos comprender que fue una horrible y muy real pesadilla con un mensaje muy claro: no puedes dar por tomada la vida. Hace mucho yo la di por perdida pero al encontrar a mi sol y un propósito nuevo, la volví a tomar por regalada.

Despacito, despacito le abro sus manos para liberarme de su dulce abrazo. Me incorporo a medias, saco medio cuerpo para recuperar las sábanas y regreso a recostarme en la cama. Ahora me giro y la miro de frente, ella aun meditando y con sus ojos cerrados.  Hundo mi rostro entre sus grandes pechos, la abrazo con fuerza, aprieto mis dientes. Fue una pesadilla muy iluminadora.

Suspiro.

Con suspiros adormilados ella más o menos recupera su conciencia y se ríe entre dientes al notar nuestra posición. No es común que entierre mi cara ahí, usualmente soy yo quien la protege y hundo mi rostro en su cabello. Antes de que me pueda dar los buenos días le susurro, tímida.

-¿Puedes cantar para mí?


Seis segundos después, comienza a entonar sobre los reyes que nunca mueren. 

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